Hace ahora veinte años se publicaba entre nosotros una pequeña biografía de Herman Melville, de Elizabeth Hardwick (1916-2007), detrás de la cual se intuía que no había una biógrafa sin más, sino una escritora con estilo, hondura y talento. La que podría haber sido hasta ese momento una desconocida para el público español era nada menos que la responsable de la creación en 1963 –junto con su marido, el poeta Robert Lowell, y otros colegas– de The New York Review of Books, en que se desarrolló como articulista de manera harto brillante.
Precisamente, producto de la publicación de algunos de sus cuentos en esta revista y otras, surgió en 2010 la edición estadounidense de esta novedad, Historias de Nueva York, título demasiado simple pero fiel al contenido. El libro venía a cargo del escritor, también veterano de la publicación referida, Darryl Pinckney, y reunía algunos escritos de la que fuera también autora de dos novelas, en 1945 y 1955.
Otra de sus obras, Noches insomnes, de 1979, disfrutó de versión española, pero más que un relato novelesco constituía una prosa confesional, al tiempo que un muestrario de retratos entre los que destacaba el dedicado a Billie Holiday. Aquella Hardwick, a la edad de sesenta y tres años, apuntaba: «Ahora estoy en Nueva York, sola, ya no soy un nosotros», en lo que podía ser una referencia al hecho de que Lowell había muerto dos años atrás. Así, se veía inmersa en una «extraña sociedad que nace como una explanada llana y vacía y que no tarda en convertirse en una ciudad de habitaciones y garajes».
Esa misma ciudad es el núcleo casi siempre de sus reflexiones y ficciones, y la presente antología da fe de ello desde sus primeras historias, concebidas después de la Segunda Guerra Mundial. En una de ellas, por ejemplo, “Tardes en casa”, se aprecia a una autora que se reviste de alter ego para contar cómo una joven regresa de Nueva York –a donde se trasladó para vivir en el mundillo literario– a su Kentucky natal y el choque emocional que ello le depara. El primer cuento, por su parte, "Las tentaciones del Dr. Hoffmann", constituye un estudio de la personalidad de un teólogo alemán, con un trasfondo de pasado nazi. En "El roble y el hacha", una mujer se casa con un hombre que ha vivido solo en un cuarto de hotel durante los últimos diez años y que nunca ha trabajado.
Son cuentos que albergan un punto de vista muy explicativo, con respecto a cómo se presenta la trayectoria de cada uno de los personajes, lo que puede conllevar un ritmo narrativo lento, y donde la voz femenina tiene preponderancia. Esa misma voz nos va colocando en el paisaje de Manhattan con finura descriptiva: “El acogedor skyline de la ciudad por la noche, una tempestad de meteoros incandescentes”; “Madison Avenue: una vía pública felina con productos y espejos destinados a intimidar en cuerpo y alma”; “Nueva York. Incluso cuando llevas aquí tanto tiempo, ¿puede ser tu autobiografía?”… Son citas de los mejores textos del libro, que a mi modo de ver son los últimos, de alrededor de 1980, en que la escritora se deja llevar sin una pauta narrativa clara y divaga con pensamientos y descripciones, otorgándoles tal cosa una intensidad y belleza muy especiales.
Publicado en Cultura/s, 24-VII-2022