domingo, 4 de diciembre de 2022

La magdalena enviada por carta

Nadie como Marcel Proust ha indagado en lo significan para nosotros los recuerdos, y además con largas frases, llenas de frases subordinadas –que él, asmático, no podría ni pronunciar sin agotarse–, sin apenas puntos y apartes. Imposible calibrar la influencia que toda su obra tuvo ya en su tiempo, el de la literatura simbolista que buscaba, a través de maneras indirectas –muy en la línea del filósofo Bergson (el tiempo es un fluir constante en el que pasado y presente se solapan) y en las profundidades de la psique freudiana–, una manera sugerente, sensitiva, introspectiva de narrar, la que llevarían a cabo artistas como Virginia Woolf o James Joyce.

Sin embargo, Proust comenzó su obra con dudas, pues no sabía a dónde iba a llevarle su escritura: al ensayo, al estudio filosófico o a lo narrativo. En 1908 había ya escrito la semilla, un texto abandonado en el que ya surgía la tostada mojada en el té que le lleva, como en sueños, al tiempo de su niñez y que se convertiría en la celebérrima magdalena a partir de esta memoria involuntaria. Pero, hoy, ¿quién lee “Por el camino de Swann” (1913), “A la sombra de las muchachas en flor” (1919), “El mundo de Guermantes” (1921-22), “Sodoma y Gomorra” (1922-23) y los póstumos “La prisionera”, “La fugitiva” y “El tiempo recobrado”? Pues a tenor de las novedades surgidas este otoño, se diría que al menos el escritor disfruta de máxima atención.

De hecho, las tres mil páginas de “À la recherche du temps perdu” no dejan de actualizarse: entre 1995 y 2005, Valdemar ofreció una traducción firmada por Mauro Armiño, y poco después hizo lo propio Carlos Manzano para Lumen, desde 1999 a 2009. Tradicionalmente, se había leído la versión que, en los años veinte, hizo Pedro Salinas junto con José María Quiroga Pla y completó Consuelo Berges en los años sesenta para Alianza. Ahora, El Paseo lanza “A la busca del tiempo perdido”, I y II, con diccionarios de guía de personajes y de lugares. Por su parte, en un único volumen la editorial Alba publica también “Por donde vive Swann” y “A la sombra de las muchachas en flor”, centradas en la infancia y adolescencia del llamado Narrador. Ligado a esto, Nórdica ofrece “Combray”, en alusión a la pequeña localidad campestre, originalmente llamada Illiers, que quedó transformada con los recuerdos de infancia de Proust bajo ese nombre.

Saberlo todo de Proust

En cuanto a las recuperaciones, Espuela de Plata vuelve a proporcionar “Los salones y la vida de París”, una serie de artículos que nos revelan algunas claves importantes de la psicología y del mundo personal de Proust en torno a la alta sociedad francesa. Por otro lado, Elenvés recupera la obra de Blas Matamoro “Por el camino de Proust”, pasados más de treinta años de su primera edición. Es un ensayo que ahonda en las claves proustianas y que indaga en campos como la memoria y la realidad, la cultura, el arte, la sociedad, la filosofía y la identidad del yo.

También, disponemos del curioso libro “El proustógrafo” (Alianza), que reúne en torno a 100 infografías información variada para saber todo de Proust. ¿Cuántos libros vendió?, ¿a qué idiomas se han traducido sus novelas?, ¿cuáles eran sus autores favoritos?, ¿cuál es la verdadera historia de la magdalena?, ¿en qué año comenzó a usar su particular bigote?, son algunas de las preguntas que se contesta esta verdadera enciclopedia visual proustiana. Por último, tenemos “Escribir. Escritos sobre arte y literatura”, que aglutina asuntos que le interesaron especialmente: pintura, música y literatura, moda, exposiciones y catedrales, escritores como Baudelaire, Flaubert, Goethe o Tolstói, o artistas como Rembrandt o Moreau.

Pero, muy especialmente, tenemos que destacar el trabajo de Estela Ocampo, que presenta unas “Cartas escogidas”, unas doscientas, que ha estructura sobre la base de su contenido (lo sentimental o lo que opinaba Proust sobre literatura, por ejemplo), que nos revela un escritor en la intimidad. Ocampo insiste en el prólogo en la discreción de Proust a la hora de hablar de sus relaciones homosexuales por carta, pero en estas páginas pueden respirarse sus vínculos con amantes convertidos en amigos como el músico venezolano Reynaldo Hahn, cuyas epístolas “están codificadas, escritas en un lenguaje inventado, de claves y sobreentendidos”.

Amor e indecencia

Ocampo expuso en su momento, en “Cinco lecciones de amor proustiano” (Siruela, 2006), al autor en el terreno del deseo amoroso, en los celos o en el desamor, y demuestra claramente, tras haber consultado las seis mil cartas conservadas, que Proust, lejos de ser una figura adscrita al tópico de la torre de marfil, tumbado escribiendo en la cama, a menudo enfermo, fue un hombre pegado a su tiempo, en continua comunicación con todo tipo de personajes de la sociedad parisina. El centro absoluto de su vida familiar fue su madre, pero también el lector encontrará cartas a personas del mundo literario muy relevantes, como André Gide o Gaston Gallimard, al que le dice que “Sodoma y Gomorra” carece de intención inmoral, aunque sí es “un retrato muy fiel y atrevido”.

Curiosamente, en otra carta, califica “À la recherche du tems perdu” como de un “libro extremadamente realista”, e insistirá en avisar a sus interlocutores de que a su obra se la habría calificado en otro tiempo de indecente, hasta decir que “tengo a tal punto la sensación de que una obra es algo que nace de nosotros, pero que vale más que nosotros, que me parece de lo más natural preocuparme por ella, como un padre por su hijo”. Javier Cercas, en el artículo «La novia perdida», al mencionar algunos de sus libros predilectos, cuenta cómo a los veinte años no pasó de las primeras páginas de la obra proustiana, tal fue el aburrimiento que sintió ante «la desazón enfermiza» del protagonista; sin embargo, pasados unos años, «se convirtió en mi obsesión y los volúmenes de su aventura en una aventura moral que me mantuvo desvelado durante meses». La onomástica proustiana nos invita a tener tamaña experiencia.

Publicado en La Razón, 28-X-2022