Si alguien podría plantearse el desafío de biografiar la andadura de un hombre tan famoso y controvertido como Elon Musk, ese era Walter Isaacson (Nueva Orleans, 1952), el autor de “Los innovadores”, la historia de la revolución digital –desde Ada Lovelace, la hija de Lord Byron, pionera de la programación digital– y de la biografía de Steve Jobs, Benjamin Franklin y Henry Kissinger. El también firmante de “Einstein, su vida y su universo”, primera biografía del científico después de la apertura de todos sus archivos, incluidas cartas hasta ahora inaccesibles, publica ahora esta biografía sobre el innovador por excelencia en nuestra sociedad actual, el que está llamado a cambiar el curso de la humanidad en tre ámbitos, el automovilístico, el de los viajes galácticos y la inteligencia artificial.
“Elon Musk” (traducción de María Serrano Giménez y Pablo José Hermida Lazcano), este es el modesto pero suficiente título para un libro que se abre con una cita del propio protagonista. Está tomada de una declaración para el programa televisivo “Saturday Night Live” (8 de mayo de 2021), en que dijo: “A quienes haya podido ofender, solo quiero decirles que he reinventado los coches eléctricos y estoy enviando a personas a Marte en una nave espacial. ¿Creían que también iba a ser un tipo tranquilo y normal?”. Y en verdad, quien se acerque a la lectura de esta biografía encontrará a alguien que es cualquier cosa menos vulgar y corriente: una especie de genio superdotado desde niño, amante del riesgo y adicto al trabajo.
Isaacson, presidente del Instituto Aspen, expresidente de la CNN y director ejecutivo de la revista “Time”, pudo estar al lado de Musk en multitud de ocasiones y este le facilitó en grado sumo la tarea de conocer su entorno y a los compañeros y familiares que le rodean. Desde esta situación privilegiada, el escritor pudo conseguir un nutrido grupo de imágenes, que ilustran continuamente el libro, y profundizar en la existencia del pequeño Elon en su lugar de origen, Sudáfrica, donde a menudo sufrió acoso escolar. “Un día un grupo de niños lo empujó por unas escaleras de hormigón y le patearon hasta que su cara se hinchó como una pelota. Pasó una semana en el hospital. Pero las cicatrices físicas fueron insignificantes comparadas con las emocionales, las que le había causado su padre, un canalla, ingeniero carismático y fantasioso. Cuando Elon llegó a casa tras ser dado de alta del hospital, su padre le reprendió”. (Décadas después, explica el autor, Musk siguió sometiéndose a cirugía para reparar el interior de su nariz.)
Intensidad maníaca
Así se las gastaba el Errol Musk, el progenitor; aquella ocasión se le quedó grabada al muchacho: «Tuve que escucharlo durante una hora mientras me gritaba, me llamaba idiota y me decía que era un inútil», recuerda. Eso, según el biógrafo, le generó un gran impacto psicológico que lo convirtió en un “joven fuerte pero vulnerable al mismo tiempo, propenso a bruscos cambios de humor –a lo Jekyll y Hyde–, con una gran tolerancia al riesgo, ansias de drama, un épico sentido de misión y una intensidad maníaca, cruel y a veces destructiva”. Tal intensidad llega hasta hoy, pues hace muy poco, en 2022, después de lanzar treinta y un satélites de SpaceX, vender un millón de coches Tesla y de llegar a ser el hombre más rico de la tierra, “Musk confesó con arrepentimiento su impulso por provocar el drama”, consciente de estar, de forma prolongada, “en modo crisis”.
Su infancia en el país africano fue realmente dura. A los doce años lo llevaron a un campamento de supervivencia en la naturaleza; consistía en dar a cada niño un poco de comida y agua, sin que hubiera ningún problema en llegar a las manos en caso de tener que defender lo poco que se llevaba encima. El resultado de eso fue que le dieron dos palizas y aquellos días perdió casi cinco kilos. Era aquella, la de los años ochenta, una Sudáfrica violenta, y por ello la familia Musk tenía pastores alemanes adiestrados para atacar a cualquier invasor. Pero tampoco el colegio era un mejor sitio para él: lo marginaban y agredían, y hasta los profesores pensaban que era retrasado mental por su carácter solitario y asocial.
“Con una infancia como la suya en Sudáfrica, creo que tienes que apagarte emocionalmente en ciertos sentidos”, explica en el libro su primera mujer, Justine, la madre de cinco de los diez hijos de Musk. Y tal vez ese cierre emocional lo hiciera insensible y con poca empatía, refiere Isaacson, pero a la vez lo convirtió “en un innovador amante del riesgo”. Por su parte, Claire Boucher, una artista conocida como Grimes, es la madre de otros tres de sus hijos y opina esto: “Creo que fue condicionado en su niñez para asumir que la vida es dolor». Y Musk está de acuerdo, reconociendo que todas aquellas vivencias lo modelaron ante la e hicieron que su umbral de dolor llegara a ser muy alto.
Más que Steve Jobs
“En su tiempo libre, le gustaba fabricar pequeños cohetes y experimentar con diferentes mezclas (como cloro de piscina y líquido de frenos) con el fin de ver cuál explotaba más fuerte”, dice el biógrafo. Musk se convirtió en un lector voraz de enciclopedias y de la narrativa de Isaac Asimov y a desarrollar una memoria fabulosa para todo tipo de datos, y además, a tener ya en mente desde chiquillo, a raíz de sus lecturas, que había que viajar a otros planetas. De ahí que se interesara en el futuro por estudiar empresariales y física, primero en Canadá y luego en Estados Unidos. «Ello lo condujo a lo que él define como su crisis existencial adolescente. “Comencé a intentar descifrar el sentido de la vida y del universo —dice—. Y me deprimía de veras la posibilidad de que la vida careciera de sentido”», escribe Isaacson.
Aprendió informática de forma prematura y autodidacta y a los trece años logró crear un videojuego, que llegó a vender a la revista “PC and Office Technology”, en 1984, y por el que le pagaron 500 dólares. Diez años después le llegaría su gran oportunidad, cuando le concedieron dos prácticas que le permitieron entregarse a los vehículos eléctricos, el espacio y los videojuegos. Estaba naciendo un emprendedor, un empresario que con sus primeros negocios devino, desde el primer momento, “un jefe exigente, que desdeñaba el concepto de equilibrio entre el empleo y la vida”. Trabajaba incansablemente todo el día y parte de la noche, jamás hacía vacaciones y, lo que es peor, esperaba que los demás hicieran lo mismo que él.
Sin verdaderos amigos, ni instinto de camaradería, apunta Isaacson, sería comparable a Steve Jobs en el sentido de que “no le preocupaba demasiado ofender o intimidar a las personas con las que trabajaba, siempre y cuando las condujera a alcanzar metas que a ellas se les antojaban imposibles”. Esa ambición le llevó a ser un joven rico antes de cumplir treinta años, con iniciativas como PayPal, empresa de la que lo echaron, a aprender a volar y de conquistar el espacio. Así, Musk fundó Space Exploration Technologies en 2002, luego llamada SpaceX. “Su meta, dijo en una presentación temprana, era lanzar su primer cohete en septiembre de 2003 y enviar una misión no tripulada a Marte en 2010. De esa manera continuaba la tradición que había establecido en PayPal: establecer plazos poco realistas que transformaran sus ideas disparatadas de ser completamente descabelladas a sufrir tan solo mucho retraso”.
Ese es el “modus operandi” de un Musk que, como de sobras es conocido, más adelante se volcó en la fabricación de coches eléctricos y con piloto automático (en el primer paseo con uno, el vehículo se paró delante de un ciclista que iba hacia él). Al fin, el destino le tendría reservado dirigir seis empresas: Tesla, SpaceX y su subsidiaria Starlink, Twitter, The Boring Company, Neuralink y X.AI, es decir, tres veces más que Jobs (Apple, Pixar) en su momento álgido.
Publicado en La Razón, 13-X-2023