Quien visite la ciudad de Praga y
tenga curiosidad por rastrear su impronta literaria –a la cabeza la de Franz
Kafka, naturalmente– podría empezar entrando en el café Slavia; abierto desde
1884, sus paredes están llenas de un buen número de fotografías de grandes
escritores checos contemporáneos, entre ellos, Bohumil Hrabal. Sin embargo, el
establecimiento que éste más frecuentó fue la cervecería El Tigre de Oro, que
guarda en su interior un gran cuadro y un busto dedicados al narrador.
Podría pensarse que parte de su
obra constituye un mecanismo de evasión ante una realidad que lleva al terreno
de lo poético y surrealista, y la recopilación de cuentos Señor Kafka es ejemplo de ello. Para empezar, en el relato que da
título al libro, vemos a un huésped de
una pensión que observa su entorno, una Checoslovaquia tan atractiva como
desconcertante. Ahí radica la originalidad de este escritor: en convertir lo
ordinario en una escena del teatro del absurdo.
Todo ello podría
recibir, asimismo, el nombre del segundo de los textos, “Gente rara”, que se
sitúa en una localidad, Kladno (en Bohemia Central), dentro de un ámbito de
obreros en una fábrica de fundición que quieren ir a la huelga (el propio
Hrabal se ganó la vida como obrero siderúrgico). Lo que pasa es que tal
vez el autor fue demasiado lejos en su experimentalismo argumental en estos
cuentos, como se detecta en “Ángel”; aquí no se ve claro el hilo narrativo que
quiere desarrollar en torno a una cromotipia y un ángel de la guarda, en medio
de referencias a la guerra de Corea.
Es más: en no pocas páginas se ve el paisaje urbano derivado de la Segunda Guerra Mundial, con chatarras bélicas o ruinas. Sucede en “El lingote y los lingotes”, donde ciertos personajes aparecen in medias res con su arsenal de diálogos excéntricos, como por ejemplo esta situación: una mujer le dice a un personaje, llamado el Príncipe, que es una antigua estudiante de Medicina, y él le espeta: “Un buñuelo chupeteado es lo que eres”.
En fin, probablemente a Hrabal, al menos en estas ocasiones, escribir de tal modo le facilitó que los censores aceptaran sus textos, pese a que en ellos hay alusiones al socialismo o a la cárcel. Asimismo, tampoco el entorno clerical se libró de sus comentarios, como en “La traición de los espejos”, donde confluyen un sacristán y un albañil en las obras en una catedral. Por su parte, en “A través del tambor”, se habla de un tipo a quien se le aparece en el hombro un duendecillo y luego se hace acomodador de cine.
En este cuento surgen rincones praguenses como el jardín de Wallenstein, y en el último escrito, “La bella Poldi”, con el pretexto de presentar a parias sociales, se habla de distintos puntos de la ciudad. No en vano, ese es el nexo de unión, aparte del estilo tan imaginativo, de Señor Kafka: por medio de la plaza Wenceslao o la estación Masaryk, dar la voz a personas simples y disparatadas a la vez, como si buscaran la manera de sobrellevar con fantasía el ambiente de represión política que se sufría en la época.
Publicado en Cultura/s, 4-XI-2023