En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Santiago Sastre.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Allí donde estén las personas que amo y, a ser
posible, mis libros.
¿Prefiere los animales a la gente? Siempre
las personas.
¿Es usted cruel? De forma deliberada no.
¿Tiene muchos amigos? Pocos. Como
Aristóteles, prefiero pocos pero buenos, que no muchos con los que apenas tengo
trato. Nunca como ahora tenemos tantos amigos en las redes sociales, pero son
amistades de humo, solo nominativas, de cartón piedra o pladur.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? La lealtad
y la confianza. En ellos siempre encuentro una ayuda y saben cómo es mi
espalda.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Todo el
mundo puede decepcionarte porque nadie está en tu cabeza para que actúe como tú
quieres. Hay que acostumbrarse a estas pequeñas decepciones que son naturales.
¿Es usted una persona sincera? En general
sí, pero sin un poco de hipocresía social serían imposible las relaciones
humanas. Nadie puede ir por ahí diciendo lo que piensa sin filtros. Y si lo
hace se buscará muchos conflictos y se quedará solo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leer y
escribir. Y de las dos preferiría, como Borges, leer.
¿Qué le da más miedo? Al
deterioro físico y, sobre todo, mental.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Si acaso la injusticia, en especial el maltrato a las
personas débiles.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Me encanta la enseñanza.
Soy profesor universitario. Y un alumno perenne, porque nunca se deja de
aprender.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? No. Pero soy
muy andarín.
¿Sabe cocinar? Sí, me gusta mucho y me
relaja. Y dicen que no lo hago mal.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Elegiría
algún escritor como Antonio Gala o Camilo José Cela.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Diría que horizonte y lontananza. La esperanza es seguir
caminando con vistas a una meta. Y el hombre es homo viator, siempre está en camino.
Ya decían los clásicos que la muerte es la quietud y la vida es movimiento.
¿Y la más peligrosa? Algún
insulto. Hay palabras que tienen más filo que una navaja. Deberíamos pensar más
lo que decimos, porque al hablar invadimos la vida de otra persona y deberíamos
tener en cuenta cómo va a recibir lo que decimos. Como dicen en Oriente, cuando
hables, piensa que la persona a la que te diriges es tu rey. Pensar que lo
importante es la sinceridad, sin tener en cuenta al interlocutor, es una visión
egoísta del lenguaje.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Nunca.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Por un
lado, tengo un compromiso con la igualdad y la solidaridad (que supone ayudar a
los más desfavorecidos). Y, por otro, es importante respetar la libertad de los
individuos, frente a un control excesivo por parte del Estado. Las ideologías
se resumen en cuánta igualdad y cuánta libertad se debe defender. Se suele decir
que si de joven no eres de izquierdas es que no tienes corazón y si de mayor no
eres de derechas es que no tienes cabeza. Lo que pienso no cabe en ninguna
ideología. Eso sería como intentar meter un elefante en una caja de cerillas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? No me gustaría
ser una cosa, prefiero ser una persona. Y además la persona que soy, no estar
en otra (adiós a la reencarnación). Mi alma es tan personal que solo puede ser
mía, igual que mi cuerpo.
¿Cuáles son sus vicios principales? La impaciencia,
ser impulsivo. Soy nervioso por naturaleza. Un rabo de lagartija.
¿Y sus virtudes? Creo que estas deben
decirlas los que me conocen.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Me
vendrían a la cabeza muchos recuerdos. Pensaría que por haber vivido
determinados momentos ha merecido la pena vivir. Y también que no he vivido en
vano, que alguna huella he dejado, aunque sea pequeña. Y que a la muerte le
costará hacer su trabajo porque me pillará bien vivo. No hay nada tan triste
como morir antes de tiempo.
T. M.