En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alejandro Molina.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Islandia. Ha sido el único lugar del que he vuelto
sintiendo que algo mío que se quedaba allí. O eso, o de algún modo Islandia
tenía un pedazo de mí mucho antes de que yo la visitara y no lo supe hasta
entonces.
¿Prefiere los animales a la gente? Sin dudarlo un solo instante. Los prefiero porque me confrontan conmigo
mismo. Sacan lo mejor de mí, pero también lo peor, y es absolutamente necesario
enfrentarse a uno mismo del modo más descarnado posible.
¿Es usted cruel? Lo soy. Lo soy
cuando pierdo la paciencia, o cuando el estrés se transforma en algo muy
parecido a la ira. Pero esto es algo que enfrento a solas. No lo manifiesto
jamás en público ni lo pago con allegados.
¿Tiene muchos amigos? Amigo es una palabra que respeto, por lo que procuro no utilizarla con ligereza.
Así que no. No tengo muchos amigos. Diría que cinco.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? No diría que haya
buscado cualidades en ninguno de mis amigos. Más bien hemos sido amigos, y a
partir de ahí he descubierto las razones por la que he conectado de esa modo
con esa persona. Y las razones suelen ser siempre similares: son personas con
un rico mundo interior, a menudo artístico; son comprometidas políticamente
hablando, y muy de izquierdas; son empáticas y tienen un sentido del humor negro
que está siempre presente y dispuesto a tomar parte de cualquier conversación.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. Si alguien me decepciona (o nos decepcionamos mutuamente), suelo
romper relaciones.
¿Es usted una persona sincera? Sí. Aunque
duela. Creo que por eso puedo contar mis amigos con los dedos de una mano.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo. Y releyendo. Podría pasar los días leyendo una y otra vez Gente Independiente, de Halldór Laxness; Pedro Páramo, de Rulfo; El coronel no tiene quien le escriba, Mientras agonizo, Meridiano de Sangre, Moby Dick, Tiempo de Silencio, Los Miserables… Me encantaría empaparme de esas obras como merecen. También me gusta escuchar música. Tanto mientras leo como mientras camino o cocino. La verdad es que escucho música constantemente, aunque el mejor modo de hacerlo es a oscuras y con auriculares. Sumergirte en un disco. Me gusta el momento del desayuno. El café y las tostadas y algún libro de poesía o de Historia, con el amanecer al otro lado de la ventana, o cuando es aún de noche. También soy muy dado a la lectura a la hora del café, después de comer, sobre todo en invierno, cuando el sol calienta y te entregas a ese confort a sabiendas de que luego volverá el aire gélido. Ir al cine ha sido igualmente una de mis mayores aficiones. Adoro el olor a palomitas, el ambiente previo a la proyección y el momento del visionado en sí. No me importa el género, aunque si es ciencia ficción o serie B y terror, mejor que mejor. El cine es como un refugio para mí. No es raro que acuda a ver una película como remedio a un parón literario. Si me estanco o me bloqueo, el cine (al igual que la ducha o un paseo), suele ayudarme. Por último, aunque no menos importante, me encanta pasear o hacer rutas. Pasar tiempo en la naturaleza, con mis perros, viéndolos disfrutar, pero también conectando con la soledad y los sonidos del campo.
¿Qué le da más miedo? El sufrimiento
físico y la pérdida de aquellos a quienes amamos. Aunque no sé si lo llamaría
miedo. Asumo que ambas cosas nos ocurren con mayor o menor frecuencia, que nos
pasarán factura tarde o temprano, así que no les temo como se teme a una
catástrofe o a lo desconocido. Es más bien pereza. Me da mucha pereza afrontar
o disponer el espíritu para afrontar esa clase de situaciones.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Hoy por hoy, lo que hace Israel con Palestina. Y por
norma general, todas y cada una de las muestras de deshumanización que dirigentes
de la talla de países como Estados Unidos hacen gala. También me escandaliza el
vasallaje de países como España, Francia o Alemania. Me escandaliza la falta de
empatía de la que hacen gala las sociedades actuales, así como la normalización
de la insondable desconexión entre gobernantes y gobernados.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? De algún modo, esa decisión
la tomo día a día. Es como el plebiscito cotidiano o la decisión diario de ser
franceses, que decía Ernest Renan respecto a los nacionalismos. En tanto que no
puedo dedicarme a la escritura por completo, cada día decido
trabajar como profesor de Historia en un instituto. Supongo
que esa ha sido mi decisión. De lo contrario, me dedicaría a otra cosa. Si
pudiera elegir, por supuesto, no trabajaría en absolutamente nada.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Hago
flexiones todos los días, y antes iba a correr. Pero cada día soy más vago. Cada
día dedico más tiempo a los libros y a escribir, como si diera por hecho que moriré
pronto, y que no importa que haga ejercicio si no logro terminar las obras que
me gustaría escribir.
¿Sabe cocinar? Sí. Siempre he cocinado. Además, desde
que me hice vegano, estoy obligado a buscar recetas o a inventarlas. Me encanta
la comida vietnamita y la japonesa, y procuro adaptar muchas de sus recetas a
mi dieta. Me gusta pasar tiempo en la cocina, siempre y cuando haya tenido una
jornada literaria fructífera. De lo contrario, prefiero pasar sin comer o
comerme un mendrugo de pan y listo. Lo importante es escribir.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Creo que elegiría a
Neil Young o a Grant Morrison. Los considero, a cada uno en su área, auténticos
genios, y me interesa el modo en el que afrontan la creatividad y la compaginan
con su vida (supongo que hasta cierto punto son indesligables). Sería una
excusa estupenda para bucear en sus vidas y aprender más de ellos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Empatía.
¿Y la más peligrosa? Ignorancia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí. Pero solo en
supuestos imaginativos a los que a veces me encomiendo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Me identifico
perfectamente con los ideales libertarios, con el anarquismo, sin ninguna duda.
Y si debo posicionarme con políticas parlamentarias y representativas, lo más a
la izquierda posible, siempre y cuando esta no esgrima argumentos nacionalistas
ni liberales en términos económicos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Sería dibujante
de cómics. Me encantaría poder vivir dibujando.
¿Cuáles son sus vicios principales? Entendiendo vicio
como mal hábito, las patatas fritas a deshoras. El cine de acción. La compra de
cómics y libros de segunda mano. Ver jugar al Betis.
¿Y sus virtudes? Yo
diría que la paciencia y la convicción en las segundas oportunidades. Creo que
todo el mundo puede cambiar, y que el mundo sería un lugar mejor si apostáramos
por ello, aun a riesgo de salir escaldados. Según dicen, también se me da bien
escuchar, aunque esto es algo que considero inherente a la paciencia. Poco más.
No soy precisamente una persona virtuosa.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La novela que esté escribiendo en ese momento. El relato que tenga a
medias. Pensaría en cómo lo acabaría, en qué me he dejado a medias, en qué cosas
debería haber corregido. Vería una frase que no me gusta nada o un párrafo débil
o típico, un diálogo insulso o una imagen grotescamente común o almibarada, y
moriría con una muy, pero que muy mala opinión de mí mismo.
T. M.