En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Luis Benítez.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Sin lugar a dudas
Manhattan, donde viví entre 1992 y 1993, pero viviría allí exclusivamente en
esos años, como en el film El día de la marmota:
porque era una ciudad feliz, llena de esperanzas, creatividad, arte, libertad y
alegría.
¿Prefiere los animales a la gente? Considero que los seres humanos somos animales, aunque sobrevalorados por
nosotros mismos: si fuésemos cerdos, ensalzaríamos la porcinidad. En tal
sentido, prefiero a ciertos animales no humanos (perros, gatos, reptiles como
las grandes serpientes) y a determinados animales humanos que conozco muy bien
y aprecio mucho. No soy humanista: es demasiado general y poniendo en la balanza
todo lo bueno y cuanto de malo hicimos a lo largo de nuestra historia, el
resultado es lamentablemente negativo.
¿Es usted cruel? Solo
en función de una justiciera necesidad de reciprocidad. Un amigo astrólogo -me
fascinan los conocimientos imaginarios, carentes de toda verdad- hizo mi carta
astral y me informó que soy nativo de Escorpio con ascendente en Aries, ambos
regidos por Marte, el antiguo dios de la guerra, y me dijo que soy el mejor
amigo y el peor enemigo. Creo en las coincidencias y descreo absolutamente de
todo lo sobrenatural; me asombró que su versión de mí mismo coincidiera tan exactamente
con mi genuina naturaleza.
¿Tiene muchos amigos? Sí, soy muy afortunado: ellos me aprecian tanto como yo a ellos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? La inteligencia, que me deslumbra y provoca mi mayor admiración; la
honradez, la fidelidad y la bondad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Solamente la primera vez, que también es la última.
¿Es usted una persona sincera? Siempre. Aunque no sea una cualidad valorada en nuestros tiempos y exponga
a cierto grado de dificultades para la interacción con nuestros semejantes.
Creo que fue Ralph W. Emerson quien dijo, alguna vez: “Sé tonto, honesto,
amable”. Si ser lo segundo y lo tercero es pasar por ser lo primero, sigue
valiendo la pena.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo, escuchando música y, sobre todo, meditando acerca de la realidad
pasada y la presente.
¿Qué le da más miedo? Que los sicópatas y aprendices de brujos que manejan el mundo de lo
humano terminen por destruirlo, al poner en acción fuerzas y sinergias que
distan mucho de poder controlar después de liberarlas. El planeta no es el
problema: a la naturaleza le llevaría un máximo de 50 mil años -período ínfimo
para ella- arreglar todo el estropicio, por mayor que este fuese. Ya lo hizo en
otras ocasiones, pero en esta probabilidad futura nadie quedaría para contarlo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? El progresivo embrutecimiento
de las masas, el elogio de la ignorancia, tan funcionales al poder. La soberbia
y la impunidad de los poderosos, las injusticias cotidianas, la imbecilidad,
que el escritor rumano Paul Tabori (hoy prácticamente olvidado) en su obra “Historia
de la estupidez humana” definió acertadamente como invencible.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Intentaría
ser artista plástico, pintor. Admiro la pintura, aunque soy muy lego en la
materia. En el Museo del Prado di de improviso con “El Jardín de las Delicias”,
de Jheronimus Bosch, y mi impresión fue tal que lo recuerdo como uno de los
momentos más intensos de toda mi vida.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Caminar. No estamos hechos para volar, correr, trepar o nadar, sino para
deambular y me encanta hacerlo.
¿Sabe cocinar? Sí
y es mi mejor terapia. Me serena hacerlo y me procura un placer inocultable.
Si el Reader’s Digest
le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable»,
¿a quién elegiría? A Walt Whitman. Cuando
publiqué mi primer poemario, en 1980, con el atrevimiento que solo dan los
veintitantos años, me atreví a dárselo en mano a Jorge Luis Borges, al
encontrarlo a solas y por mera casualidad en el bar de la Sociedad Argentina de
Escritores. El gran viejo me hizo leerle algunos de mis poemas, apreció
enseguida la marcada influencia que por entonces tenía Dylan Thomas sobre mi
poética y me recomendó leer a Whitman. Le dije que lo había intentado antes
pero que “Hojas de hierba” no me dejaba entrar. Borges me respondió que no me
preocupara, ya que los libros siempre nos esperan. ¡Tenía razón! Adoro a
Whitman desde entonces.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Quizá. Creo que estaba escrita
en el fondo de la caja de Pandora.
¿Y la más peligrosa? Necesidad. La irresistible diosa Ananké, quien obligaba por igual a los
dioses y a los hombres. Ineludible, coacciona a pasar por alto cualquier principio
ético e incluso el primitivo pero todavía operante instinto de supervivencia.
La pulsión más peligrosa de todas.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. El respeto por la vida es una de las pocas cosas en las que creo
todavía. En el caso de los que bien se merecen no tenerla, alcanza con su
absoluto aislamiento y el más completo desprecio social. Separarlos definitivamente
de nuestra especie e impedirles para siempre todo accionar y comunicación es
suficiente.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Tengo más de 50 años, he vivido la mayor parte de mi vida en la Argentina
y siempre he procurado informarme acerca de cuanto sucede fuera de ella. Difícilmente
pueda yo creer en algo; mi escepticismo político es radical. Casi todas las
ideologías, salvo las más extremas, poseen un cierto número de postulados
positivos, pero el hecho fundamental es que somos los seres humanos quienes
debemos llevarlas a la praxis y allí todo se desfigura, corrompe y modifica en
función de las ambiciones y flaquezas personales de sus ejecutores. El poder no corrompe, delata quiénes somos en
realidad. Existen dos modos de creer en una tendencia política: tener intereses
en común o ser un perfecto imbécil.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una piedra, pero bien dura, como el basalto, por ejemplo. Por aquello que
decía el gran Rubén Darío en su poema “Lo fatal”: “Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, / y más
la piedra dura porque esa ya no siente, /pues no hay dolor más grande que el
dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente”. Emil Cioran estaría de acuerdo conmigo.
¿Cuáles son sus vicios principales? El consumo de café negro y el tabaquismo. Antes, el alcoholismo desde
temprana edad. Me vi obligado, tras el fallecimiento de mi esposa en 2022, a
recibir un tipo de medicación que prohíbe expresamente el consumo de bebidas
etílicas y lo cumplí a rajatabla. Actualmente no siento la más mínima
inclinación por el alcohol ni creo que vuelva a sentirla por el resto de mi
vida.
¿Y sus virtudes? La
fundamental es la aversión a hablar bien de mí mismo. Consiste en otra de mis
extravagancias, como la puntualidad y la valoración de las cualidades de los
demás, aunque sean considerados aspectos francamente ridículos en lo
contemporáneo, como el sentido del honor y de la palabra empeñada, antiguallas que
también conserva mi carácter.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? El súbito y completo desecamiento de todo a mi alrededor, aunque no estoy
seguro de que forme parte del esquema clásico que usted menciona; estoy
convencido de eso que sería lo único que pasaría por mi cabeza.
T. M.