Concord, en el estado de Massachusetts, es un pueblo de
aspecto apacible a unos veinticuatro kilómetros al oeste de Boston. En los
alrededores de la villa, en los bosques colindantes, Henry David Thoreau
acabaría construyéndose una casa para llevar a cabo su gran experimento de
vivir frente a la laguna de Walden, con la intención de entrenar los
«sentidos», la forma intuitiva de captar lo que la naturaleza podía enseñarle,
para después trasladarlo al lenguaje. Estaría allí dos años, dos meses y dos
días, en pos de captar la esencia de la vida y de ratificarse en algunos
valores que eran comunes para otros intelectuales del pueblo: la simplicidad,
la autoconfianza, la bondad como la mejor inversión, o en el hecho de eliminar
las necesidades autoimpuestas y vivir libre pero a la vez de forma solidaria.
Allí
también vivió casi toda su vida Ralph Waldo Emerson, considerado el líder del
movimiento del trascendentalismo, quien abogó por ser “amigo” de nuestra propia
alma, por mirar en igualdad de condiciones a la divinidad, por sentir la
Naturaleza de forma trascendente. El filósofo fue tan influyente en todo el
país, que Concord se convierte en un lugar obligado para escritores o
estudiantes. Uno de los más insignes, Walt Whitman, el autor de “Hojas de
hierba”, acudió una vez allí en 1855 para ver a Emerson, en una ocasión en que
se leyeron algunas cartas de Thoreau, ya fallecido, con la presencia de Amos
Bronson Alcott, también representante del trascendentalismo, y su hija Louisa
May, la autora de “Mujercitas”, cuya casa, como las de los autores locales
citados, es un aliciente turístico en Concord.
Ciertamente, paseando por el pueblo uno se topa con diversos hogares en los que estos autores –hay que añadir a Nathaniel Hawthorne, el autor de “La letra escarlata”– escribieron algunas de las obras cumbre de las letras estadounidenses. Por ejemplo, una casa que estuvo de actualidad cinematográfica gracias a la adaptación de Greta Gerwig de “Mujercitas”; en efecto, hoy es posible visitar la llamada Orchard House donde vivieron los Alcott, y además justo al lado de la Concord School of Philosophy. Uno de los fundadores de este edificio, lugar para el debate y las lecturas públicas, fue el pedagogo de ideas revolucionarias en el campo de la educación Amos Bronson Alcott, que creía en una educación fundamentada en lo espiritual, en recurrir a la búsqueda de la verdad moral y filosofal, y en leer grandes libros como la Biblia y la poesía de Milton, Wordsworth y Coleridge.
Pensamiento
libre
La idea era que, como dijo Emerson al
defender a Alcott de los ataques que sufrió por este enfoque educativo, los
niños buscasen «una respuesta dentro de sí mismos… para que sean realmente
reverentes, y convertir el Nuevo Testamento en un libro vivo para ellos». Un
método que promovía que el alumno estuviera a gusto en clase sin eludir por
ello la debida concentración y el debido esfuerzo. Este patrón también lo
llevaron a su propia escuela Thoreau y su hermano John, el mismo sitio en que
dio clases Louisa May. La autora de “Mujercitas” surgió de ese ambiente
cultural, de librepensadores, místico, solidario: se apuntaría como voluntaria
en Washington durante la Guerra de Secesión, haciendo jornadas maratonianas de
doce horas seguidas en el terrorífico Hospital Union Hotel, hasta que enfermó
de fiebre tifoidea y pulmonía y estuvo a punto de morir a causa de ello.
De
hecho, una muerte prematura, la de su hermana Elizabeth, fulminada por la
escarlatina, contraída cuando ayudaba a una familia pobre, inspiró a Louisa May
el personaje de Beth March en su inmortal novela, que vio la luz en 1868-1869 y que ha sido traducida a más de cincuenta
idiomas e inspirado seis películas, cuatro producciones televisivas, un musical
de Broadway y una ópera. Así, “Little
Women” ocupa en la literatura infantil y juvenil un lugar
preponderante, protagonizado por el alter ego de la autora, Jo, de quince años,
aficionada a escribir y reacia a cumplir con los estereotipos de las mujeres de
la época.
Tanto la escritora como sus personajes, asimismo, eran ejemplo de fraternidad y altruismo. Y es que, ya al inicio de la novela, la madre de las muchachas las anima a ceder su desayuno de Navidad a «una pobre mujer con un recién nacido. Sus seis hijos duermen acurrucados en una cama para no morir congelados, porque no tienen leña con la que calentarse. No tienen nada que llevarse a la boca y el hijo mayor vino a contarme que se mueren de hambre y de frío». Al instante todas colaboran para llevarles panecillos, mantequilla y un pastel, y acuden a la casa para ayudar a la miserable madre, a la que la señora March sirve té con gachas y cambia el pañal de su bebé mientras las chicas dan de comer al resto de niños.
Una
obra censurada
Fiel a los
estándares literarios de la época para un público juvenil, el editor de Alcott
quiso dar más peso a las relaciones amorosas del que guardaba realmente, e incluso
en España se publicó sin el último capítulo, en el que se cuenta la vida de
casada de Jo, en un matrimonio que, podríamos decir, estaría cimentado en la
igualdad y el respeto intelectual. Por último, prosigue explicando Ediciones
Invisibles, el personaje de Jo también nos llegado en primera instancia
desdibujado: se borraron todos aquellos comentarios que hacían referencia y
bromas sobre el comportamiento masculino y poco fino y femenino de Jo, que
tanto la caracteriza, al tiempo que se borraron las partes dedicadas al
desencanto sobre el matrimonio que sufre Meg al inicio de su vida de casada,
además de las críticas de Alcott con respecto al ámbito editorial. Hoy, pues,
más que nunca, sonarán en toda su esencia la voz del célebre cuarteto de
hermanas.
Publicado en La Razón, 30-XII-2023