domingo, 24 de marzo de 2024

Naomi Klein o la falsa teoría de la conspiración capitalista

Un buen día, se reunió un puñado de ensayos que abordaron el concepto que devino palabra del año para el “Diccionario Oxford” en 2016: "posverdad". Una imagen de la película de 1953 “Vacaciones en Roma” hacía de cubierta y metáfora de aquel trabajo que recopiló Jordi Ibáñez Fanés para la editorial Calambur: «En la era de la posverdad». Era la escena en la que el personaje que encarna Gregory Peck enseña al que interpreta Audrey Hepburn la “Boca de la verdad”, una gigantesca máscara de mármol dedicada al dios del mar que muerde la mano de aquel que miente. El actor ríe al bromear con la actriz, simulando que tras poner allí la mano la gran piedra se la ha tragado.

En eso consiste la posverdad: en simulación, en tragarse falsedades a partir de ciertas afirmaciones ajenas. Darío Villanueva, en su día director de la Real Academia Española, en alusión a cómo se había acogido este neologismo en nuestra lengua, se refirió a él como toda información que no se fundamenta en hechos objetivos, sino que apela a lo emocional o a lo que desea recibir el público. La palabra ya había sido registrada desde hacía por lo menos una década, como dice Ibáñez Fanés en la introducción del citado libro, pero “alcanzó un pico espectacular durante los meses que precedieron al referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea de Gran Bretaña”; todo lo cual se afianzó con la campaña de las presidenciales en los Estados Unidos y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Era, pues, un libro de crítica del comportamiento político, donde aparecía un cóctel “en el que se mezclan posverdad, ilusionismo, sentimientos, engaño y manipulación a gogó”, en alusión al “Procés” catalán; el concepto ya forma parte del vocabulario político diario: un recurso para simplificar todo en una división entre buenos y malos. Joan Subirats, por ejemplo, puso el acento en cómo esta estrategia comunicativa consiste en no averiguar si los políticos tienen razón o no, sino que “lo importante es que los que los escuchan crean que es cierto”. Es decir, el ciudadano, el votante, de algún modo elige creer aquello que desea creer. Entonces surgen las divisiones ideológicas, el ansia por imponer la propia opinión, hasta que eso llamado verdad se difumina en función de cómo uno cree lo que le dicen o se autoengaña.

Personas siniestras e IA

Una de esas personas que intenta verificar lo que ocurre en el mundo sin aceptar la información tal como algunos quieres mostrarla al amparo de sus propios intereses es Naomi Klein (Montreal, 1970), ya saben, esta periodista cuya voz estalló con “No Logo: El poder de las marcas” (Paidós), todo un superventas mundial. Lo curioso es que el azar hizo que “su” verdad quedara contrastada con una suerte de némesis de mismo nombre: Naomi Wolf. Con esta anécdota empieza “Doppelganger. Un viaje al mundo del espejo” (traducción de Ana Pedrero e Ignacio Villaro): con el hecho de que, para su desconcierto, mucha gente las confundía, mencionándola a ella cuando en realidad estaban hablando de esta otra Naomi, feminista radical, autora de "El mito de la belleza" (1990) y habitual en tertulias de ultraderecha, como el podcast de Steve Bannon "The War Room", donde se hablaba de teorías conspirativas en torno a las vacunas Covid y demás asuntos catastrofistas.

En este sentido, se trata del libro más desenfadado de Klein, que incluso afirma en el prólogo que buscó divertirse al escribirlo, o al menos, según vemos, le sirvió de autoanálisis, pues de forma constante lanza referencias a sus propias obras. Azahara Palomeque, de la Universidad de Princeton, ya advirtió el abuso de esa autorrefencialidad al publicarse el libro en Estados Unidos, en un artículo del octubre pasado para la revista digital “Climática”, especializada en informar sobre el calentamiento global. Asimismo, consideraba que “Doppelgänger” carece de teorías novedosas, que abusaba de lo anecdótico y que el motivo del doble constituía un eje argumental algo pobre.

Y sin embargo, pese a que se trata de una autora que el lector podría considerar partidista, pues ella misma se declara de izquierdas y es simpatizante del Partido Demócrata –estuvo presente en una manifestación en el momento más álgido de Occupy Wall Street–, Klein acaba siendo una observadora notable de la realidad que pretende hacer reflexionar frente a la mentira continua, la posverdad, mundo izquierdista incluido. Por supuesto, su principal diana es el capitalismo, como en sus anteriores ensayos, y las desigualdades que este genera. Hay que mirarse al espejo, podría decirse, para reconocer este mundo pleno de desinformación, de conspiraciones: “Estamos rodeados de personas siniestras, de políticas diseñadas del revés e, incluso, ahora que la inteligencia artificial se acelera, de una dificultad cada vez mayor de distinguir lo que es real de lo que no”, escribe al inicio”.

Obsesión por los negacionistas

Justamente, en una entrevista concedida el pasado septiembre al sitio web “Democracy Now!”, Klein esbozó algunas de sus preocupaciones y cómo estas acabaron en “Doppelgänger”, voz alemana por cierto que remite, ciertamente a “doble” y a “caminante”. Para la autora, nuestra cultura está repleta de todo tipo de duplicaciones: la realidad se multiplica, las voces se confunden. Ella misma, en las redes sociales, es Wolf, alguien que opina cosas opuestas en torno a asuntos del todo indeseables; ahora bien, ¿necesitamos que nos los recuerden cuando los tenemos a diario delante de las narices?; ¿no hay cierta parte de la intelectualidad anglosajona que vive de publicar obviedades, aunque se basen en un análisis brillante, cuando no sofista, de los hechos?

En todo caso, siempre resultan efectistas las nuevas acuñaciones para nombrar lo circundante. La propia Klein inventó el término “capitalismo del desastre”, no muy original por otra parte, y ahora intenta algo parecido con este concepto de “mundo espejo” y que se basaría en que mientras los otros nos ven, nosotros hemos elegido no verlos, dice crípticamente. Esto, llevado al terreno político, a sus ojos sería muy peligroso pues genera información tergiversada; por ejemplo –como siempre ella tiene en mente–, en el caso de Bannon y su apoyo a Donald Trump o su negacionismo en torno a asuntos vinculados con las farmacéuticas y las vacunas. A mismo tiempo, Klein se muestra crítica con aquellos que han cambiado sus posturas progresistas para ir al campo derechista, como la misma Wolf, que en la década de 1990 asesoró a Al Gore en su carrera presidencial.

La obsesión por su doble es persistente hasta el final del libro, en que aún se hace preguntas sobre por qué Wolf se alió con Bannon y determinados “fascistas declarados”, al tiempo que declara que estuvo deseosa de entrevistarla y preguntarle sobre “los miles de personas que murieron de Covid porque temían que las vacunas las mataran”. Tal vez este libro necesite un lector solamente norteamericano, o uno que busque reflexiones que a veces buscan más la eufonía que un examen claro y específico: “Es hora de soltar el lastre de diversas formas distintas de conexión y afinidad con cualquiera que comparta un deseo de enfrentarse a las fuerzas de la aniquilación y el exterminio y a su mentalidad de pureza y perfección”, dice hacia el final, y aún uno se pregunta qué querrá decir con todo eso.

Publicado en La Razón, 27-I-2024