Avances tecnológicos para el profano
Según sus biógrafos, se trató de un hombre triste y de salud frágil, que se casó con una viuda a la que no amó; que descuidó a su hijo como su propio padre (un importante abogado) había hecho con él; que, en un artículo de 1902, y tras escribir su centésimo libro, previó el fin de la novela a cincuenta o cien años vista dado que ya nadie iba a necesitar su lectura frente a la dosis de realidad de los periódicos; que escribió con el simple deseo de entretener. En esto último, sería determinante Pierre-Jules Hetzel, un editor de libros religiosos y aficionado a la ciencia y la historia, quien contribuyó para que el estudiante de derecho y dramaturgo Jules Verne hubiese llegara a ser el fundador de la ciencia ficción, el narrador visionario cuyos inventos ficticios hoy vemos corrientes. Y es que un día de 1862, después de fracasar en los escenarios parisinos, pese al apoyo del mayor dramaturgo francés de la época, Dumas hijo, a los treinta y cuatro años, Verne siente que está trabajando en un «género nuevo», inspirándose en lecturas de revistas científicas para un público profano con curiosidad por los avances tecnológicos.
El punto de inflexión llegó para él cuando, a los veinte años, todos sus esquemas vitales cambiaron al trasladarse a París por orden de su estricto padre con objeto de estudiar leyes. Pero el ruido, la bohemia, los ambientes intelectuales de la capital le deslumbraron, y acabó prefiriendo una existencia miserable en una buhardilla dedicándose a escribir operetas que la hipocresía de recibir dinero desde casa para consagrarse a la universidad. Sus verdaderas lecciones acontecían sentado en la Biblioteca Nacional, leyendo libros sobre química, botánica, geología, oceanografía, astronomía, matemáticas... En definitiva se interesó por todas las disciplinas científicas; las asimiló como son pero, sobre todo, desde el punto de vista de hacia dónde podían encaminarse.
He ahí la clave: las posibilidades reales de lo que aportará en el futuro el estudio de la mecánica o la física y que conoció gracias a la suscripción a varias revistas. Ahora, el libro de Vicente Meavilla (Mahón, 1949) “Las matemáticas de Julio Verne” muestra cómo esta ciencia numérica quedó patente en muchas de sus narraciones. De este modo, este licenciado en Ciencias [Sección de Matemáticas] por la Universidad de Zaragoza y catedrático de Matemáticas jubilado, y autor de diversos libros sobre la materia, en primer lugar, aporta un pequeño recorrido biográfico del escritor, que por cierto, en 1878 y 1884, visitó la ciudad de Vigo a bordo de su yate, lo que llevó a que, en agradecimiento a ello, la ciudad gallega le dedicara un monumento. Luego, Meavilla habla de lo que fueron los “Voyages Extraordinaires”, el título genérico con el que se conoce la colección de libros de viajes y aventuras que Verne publicó entre 1863 y 1919, todos ellos “salpicados de noticias científicas concernientes a la geografía, botánica, zoología, astronomía, física, química, criptografía y matemáticas”.
Encriptar y desencriptar
Descubriendo las últimas teorías sobre los avances técnicos, y haciendo volar una imaginación que tenía reprimida en su hogar familiar, Verne escribió el primero de estos «Viajes extraordinarios», las hazañas del doctor Samuel Fergusson, inventor de un globo con el que cruza África con dos compañeros igualmente ávidos de aventuras. La novela tendrá un éxito inmediato, y con ella dará comienzo un género hasta el momento inexistente en Francia: el relato de entretenimiento dirigido exclusivamente a la juventud. La obra apareció en diciembre de 1862, y su resultado económico no pudo ser más prometedor. Hetzel presagió un largo éxito y lanzó una propuesta tentadora que se acabaría convirtiendo en esclava: 20.000 francos durante dos décadas a cambio de que escribiera dos novelas al año (el contrato se renovó dos veces).
Meavilla explica que, desde una óptica matemática merecen especial atención unas novelas concretas. En “Viaje al centro de la Tierra” (1864), “gracias a la interpretación de un mensaje cifrado, se descubre la puerta de entrada al centro de la Tierra. En “De la Tierra a la Luna” (1865), se hace referencia al teorema de Pitágoras, al pons asinorum y se aportan datos concernientes a matemáticos y astrónomos (Tales de Mileto, Aristarco de Samos, Clomedes, Beroso, Hiparco, Ptolomeo, Abul Wafa, Copérnico y Tycho Brahe) que contribuyeron al conocimiento del astro de la noche”. Por lo que respecta a “Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África austral” (1872), se aborda el problema de la medición de un arco de meridiano. En “La isla misteriosa”, se ve “un método indirecto para la determinación de la altura de una muralla de granito, se presentan algunas cuestiones relacionadas con las progresiones geométricas y se describen paisajes vegetales y minerales utilizando el lenguaje geométrico”. En “La jangada”, “se analiza un método de sustitución para cifrar y descifrar mensajes, que se apoya en un número clave”. En “Mathias Sandorf”, hay “un procedimiento que utiliza una rejilla perforada para encriptar y desencriptar documentos”. Por ultimo, en las “Maravillosas aventuras de Antifer”, “se plantea un interesante problema de trigonometría esférica”.
De esta manera, Verne fue dando viajes extraordinarios —a quién no le son familiares o ha visto adaptaciones a la pantalla o al cómic, en todo el mundo, de “La vuelta al mundo en ochenta días” o “Veinte mil leguas de viaje submarino”— a medida que el continuo trabajo se volvía su única válvula de escape. Anclado a ese acuerdo, todo se redujo a la escritura: apenas se relacionaba con su mujer, de la que jamás había estado enamorado, su hijo Michel padecía el desprecio que el propio Jules había sufrido de su padre, y su salud le deparará diabetes, úlceras, desmayos, parálisis faciales, pérdida de vista y oído, formando una rara mezcla de gloria universal e infelicidad completa. Acaso su única compañía verdaderamente auténtica fuera la de su hermano, Paul, que por cierto escribió un relato de una ascensión al Mont Blanc en 1874 y al que preguntaba sobre asuntos marineros. Sesenta y dos novelas y dieciocho novelas cortas le contemplarán.
Publicado en La Razón, 22-VIII-2024