miércoles, 27 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a Trinidad Fuentes

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Trinidad Fuentes.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Cualquier lugar del mundo que sea tranquilo, caluroso todo el año y con playa.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a la gente, aunque depende de como sea la persona es mejor la compañía  de un animal.

¿Es usted cruel? No, en absoluto. Sin embargo, algunos de los personajes de mis novelas sí son crueles.  

¿Tiene muchos amigos? Amigos de los de verdad, no tengo muchos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que me inspiren confianza y no sean personas hipócritas ni soberbias.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. Me siento afortunada por la amistad que nos une. Y agradecida.

¿Es usted una persona sincera? Sí, a veces en exceso porque no soporto la mentira. No obstante, es algo que tengo que corregir y lograr el equilibrio. Demasiada sinceridad puede hacer daño.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Depende de la época del año. En primavera y verano disfruto de buenos ratos con las amigas, del aire libre, de paseos por el mar. En otoño e invierno prefiero aislarme en mi hogar, y pasar las horas leyendo o escribiendo.

¿Qué le da más miedo? El miedo en sí, sufrirlo, que me paralice y me impida avanzar.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Algunas noticias sobre el futuro que se avecina.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Mi pasión y principal dedicación es la escritura, pero hay otras cosas que también me gustan, en las que me he formado y he trabajado.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, el ser inquieta me obliga a ello.

¿Sabe cocinar? Sí. Me enseñó mi padre que era cocinero de profesión. He crecido entre libros y fogones.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Juana I de Castilla, apodada “la loca”.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amor.

¿Y la más peligrosa? Fanatismo.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No he llegado a ese extremo. Si me pongo en la piel de las personas a quienes han sesgado la vida de un hijo o hija, creo que se me despertaría el instinto asesino.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? La izquierda moderada. Aunque en estos momentos me siento en una nube de decepción y desconcierto.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una bruja buena.

¿Cuáles son sus vicios principales? Mi único vicio es comer chocolate. Defectos o manías tengo bastantes: soy de naturaleza desconfiada, autoexigente, obsesiva del orden y de la limpieza, me enerva el griterío…

¿Y sus virtudes? La empatía, la solidaridad y saber escuchar.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? En este caso no tengo que utilizar la imaginación porque a los dieciséis años estuve a punto de ahogarme en un río. Una experiencia difícil de olvidar. Estaba nadando cuando noté que me absorbía un remolino, mi hermano de diez años, que chapoteaba a mi lado, se me agarró al cuello. Nos hundíamos. Por mi cabeza no pasaba nada de lo que está dentro del esquema clásico, solo pensaba en sobrevivir y fue posible gracias a un veraneante de la zona que se lanzó en nuestra ayuda. Cuando mi hermano y yo estábamos a salvo en la orilla recuperando la respiración, recuerdo que me dije que no me bañaría en el río nunca más. Tres días después volvía a estar en remojo.

T. M.