Hay un pasaje de «Los viajes de Gulliver» en que hay un príncipe que tiene el poder de convocar a los muertos por un espacio de tiempo no mayor a veinticuatro horas. Gulliver presencia semejante fenómeno y conversa con grandes personajes de la historia, que le responden a cuestiones dudosas sobre su biografía. De ello desprende el viajero que muchos hombres importantes son malinterpretados tras su muerte, como ocurre con Homero y Aristóteles, o que las grandes familias europeas, lejos de representar las virtudes de su alta clase, son gente mezquina.
Este ejercicio de desmitificación lleva a Jonathan Swift a comprobar las mentiras de los historiadores, que a menudo han glorificado a personas execrables, y difamado a otras respetables; no en balde, en demasiadas ocasiones las investigaciones de tinte histórico han estado empañadas por partidismos, ideologías o tópicos sin contrastar. Por ello, es interesante la aparición de un libro como «Fechas que hicieron historia. Diez formas de contar un acontecimiento» (traducción de Álex Gibert), que revisita treinta hechos históricos de todo el mundo y diferentes épocas. En él, Patrick Boucheron (París, 1965), catedrático del Collège de France, expone que, según sus palabras, «una miscelánea de problemas: los que le plantea al historiador la necesidad de datar los fenómenos, es decir, de ubicarlos en la cronología y medir la muesca que dejaron en ella, espaciando el tiempo para dar cabida a los acontecimientos de larga duración».
La fecha clave de 1492
El autor se está refiriendo a la capacidad que tienen las fechas para «crear» el acontecimiento, como afirma en el prólogo. Es un pretexto algo difuso presentado así, o al decir que la cronología guarda en estas páginas una importancia secundaria, pues va alternando periodos; pero, en todo caso, Boucheron –que, por cierto, hace unos meses publicó en Anagrama el librito «El tiempo que nos queda», sobre lo que da en llamar el carácter político de las catástrofes– trata de «alargar el paso de la historia para poner de relieve la unidad de su enfoque». Por ejemplo, el descubrimiento de la cueva de Lascaux, del paleolítico, se querrá emparentar con la historia contemporánea, así como hablar de la liberación de Mandela llevará inevitablemente a la historia de las colonizaciones. En medio, menos mal –dada la habitual desatención de los intelectuales extranjeros por el mundo hispano muchas veces–, se encontraría el momento en que el mundo se conoció a sí mismo, gracias a Colón, en 1492, «el año del presunto advenimiento de la modernidad». Comoquiera, lo más destacable es que es un libro ameno para todos los públicos, de ahí que este conjunto de textos pueda verse como una curiosa colección de cuentos, pues no en vano nacieron en primera instancia como guiones para una serie documental.
Publicado en La Razón, 12-X-2024