domingo, 26 de enero de 2025

Entrevista capotiana a Nacho Guirado

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Nacho Guirado.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Entendiendo lugar como ciudad, villa o aldea, elegiría A Coruña. En la acepción de porción de espacio, elegiría mi casa. No es mala cárcel.

¿Prefiere los animales a la gente? La gente si la puedo tratar en unidades. Aborrezco el comportamiento del individuo hecho masa.

¿Es usted cruel? No.

¿Tiene muchos amigos? Me despista el pronombre. ¿Muchos? Sí puedo responder que me siento afortunado con las personas cercanas con las que puedo compartir mi vida.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que me quieran. Y que se dejen querer por mí.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Tengo amigos que lo son desde hace varias décadas y sí, casi todos, en un momento u otro, me han decepcionado. Pero sé que yo también les he fallado. Si seguimos siendo amigos es porque, tras la crisis, nos seguimos mostrando amor.

¿Es usted una persona sincera? Sí, aunque con los años voy aprendiendo a fingir y mentir de vez en cuando para vivir más tranquilo.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? En la compañía de mi esposa.

¿Qué le da más miedo? La muerte.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Lo que más me escandaliza, lo que más me encoleriza son las personas que causan daño a niños o seres indefensos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Habría tratado de aprender a tocar algún instrumento de viento.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, no me queda más remedio. Hago ejercicio en casa con cintas de TRX, bicicleta elíptica, algunos ejercicios suaves de yoga y acostumbro a salir a caminar con bastones.

¿Sabe cocinar? No me moriría de hambre pero sería una dieta muy aburrida y repetitiva. No me gusta cocinar.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? El año pasado falleció un amigo que dedicó las últimas décadas de su vida a hacer más fácil y plena la existencia a cuantos se acercaban a él en busca de ayuda. Lo elegiría a él con el pánico de que en la reconstrucción destruyese el mito.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amigo.

¿Y la más peligrosa? Dios.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Socialdemócrata.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Historiador. Era mi vocación adolescente.

¿Cuáles son sus vicios principales? Mi diaria copa de vino.

¿Y sus virtudes? La fidelidad.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Esta pregunta es fácil de contestar porque ya la experimenté. Lo que me quedó claro de aquellos interminables minutos en que creí que no saldría vivo es que no espero nada después de la muerte. Mientras braceaba sin apenas moverme del sitio, sentí una tristeza enorme ante la cercana inexistencia. Qué modo más estúpido de acabar la vida.

T. M.