En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan José Becerra.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El hotel Copacabana Palace, de Río de Janeiro.
¿Prefiere los animales a la gente? Según qué
animales y qué gente.
¿Es usted cruel? Ideas crueles no me faltan,
pero no soy capaz de ejecutarlas.
¿Tiene muchos amigos? Voy a actualizar la
lista ahora… Son 26.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Ninguna.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No.
¿Es usted una persona sincera? No siempre,
y me da cierto orgullo ese déficit funcional de lenguaje. La sinceridad es hija
de las culturas confesionales, que se ejercen bajo coerción, y se le atribuyen
valores positivos que no tiene. No me va, salvo que uno sea sincero con quien
pueda soportar esa sinceridad. De lo contrario, es un subproducto de la crueldad
que va derecho al daño. El sincerismo es un egoísmo peor que la vanidad, que es
inocua. Si en nombre de su propia elevación moral alguien es “sincero” cuando
no se lo piden, debería ser reprobado, incluso cacheteado. Sobre todo porque
existen las alternativas del silencio y la omisión, que son variantes civiles
de la piedad. Mil disculpas por el discurso.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Buscando el tesoro inhallable
de la despreocupación.
¿Qué le da más miedo? Mis
pensamientos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La boludez. Y su proliferación exponencial acelerada. Hay
más soldados en el ejército de la Boludez que en el del Mal.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Como dijo Deleuze que dijo
Virginia Woolf: ¿quién habla de escribir? Yo no soy escritor. Soy un ser humano
que escribe algunas horas por día, y empecé a hacerlo porque es fácil. Escribir
es el único arte para el que no se necesitan dones. Alcanza con estar
alfabetizado. Pero los escritores no existen. Son una superstición basada en el
amor humano al nombre propio, o sea a la celebración de la propiedad. Y si uno
piensa que esa propiedad está dada por el uso del lenguaje, cuya composición es
inatribuible, la ilusión de que uno es un autor hace el ridículo. Lo que sí observo
que hay en al accidente que lleva a alguien a escribir no es tanto el amor a la
literatura como una desesperación. Una desesperación por todo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino,
corro, pedaleo, levanto un poco de peso y me preparo para un regreso inminente
al tenis, quizás empuñando un contrabajo para asegurar las voleas.
¿Sabe cocinar? Puedo cocinar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A
Maradona. Todavía me intriga su alma.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Temprano.
¿Y la más peligrosa? Tarde.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Pero
no pierdo las esperanzas.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Apoyar el
mal menor en todas sus variantes, incluyendo algunos males.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Prometo
contestar cuando sea algo.
¿Cuáles son sus vicios principales? Mirar y
mirar.
¿Y sus virtudes? Una, que también es
un vicio: soy muy perdonavidas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Tutoriales
del estilo crawl.
T. M.