En 1972, Truman Capote publicó un original
texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato»
(en Los perros ladran,
Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez.
Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y
costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista
capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Álvaro
Guijarro.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? San Vicente de la
Barquera (Cantabria), aunque es duro en invierno. Mi madre empezó a ir con mis
hermanos y conmigo cuando yo tenía 14 años, y desde entonces. Aprendería a jugar
bolos cántabros, me conocerían en la lonja y sabría diferenciar las mareas. Si ese
lugar, por el contrario, fuera un lugar metafísico, y eligiera el fuego, como
Jean Cocteau cuando le preguntaron qué salvaría de un incendio, tal como canta la
banda Migala, no saldría nunca de mi intimidad.
¿Prefiere los animales a la gente? Trabajé algunos años en el Museo de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y fue
una experiencia mágica, si bien esos animales estaban disecados/naturalizados. Ya
en vivo, tengo una gata carey que se llama K., ahora que ha sido el aniversario
de Kafka, y que ha aprendido mucho desde que salió de un antro en la Sierra,
del cual me pidieron que no compartiera las señas, para que la gente no llevara
gatos allí. Desde luego, a esa gente no la elegiría. Todo el mundo es todo el
mundo, etc.
¿Es usted cruel? No,
claro que no y oficialmente. De hecho, la crueldad es una de las cualidades
humanas que más temo. En perspectiva, parece el resultado de lo aprendido allí,
en el Infierno, cuando no se transforma en algo más común como la burla, la
ridiculización o el ataque al más débil, hacia los que los crueles se
enemistan.
¿Tiene muchos amigos? Tantos como para sentir que el camino ha sido suficiente, o los caminos.
Por épocas o etapas, tengo amistades de veinte años y otras de los últimos
meses. Y, en algún momento malo, ha sido un hecho que había amigos, y además
buenos. Los amigos son un milagro; el tesoro que retornara siempre a nosotros. Suelo
dedicar una parte de la tarde-noche a hacerles llamadas, todavía en analógico.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Ternura, empatía, sentido del humor…, y un alto sentido de la
conversación. Me gusta admirar el carisma de mis amigos, su bienestar, todo lo
que se merecen. Quedarme impactado en una silla ante lo que acaba de decir X, hacer
Y, y seguir y actuar como si nada. ¡Como si esa belleza fuese habitual,
presente, cotidiana!
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, y los que me
decepcionaron me hicieron entender que no eran tan amigos míos.
¿Es usted una persona sincera? El «yo» que escogí es confesional,
pero sin mentir, está bien tener algún secreto, lo que no evita seguir siendo
sincero. De todas formas, máscara y persona se atan por algo. Dicho esto, una cosa es la
literatura y otra la vida, por mucho que algunos confundan hasta lo literal lo
que expresa un yo en una página impresa.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Pasear todo lo que
puedo y pensar ahí, en esa libertad, e ir a la matinal en los cines Verdi,
cuando es posible. Aprovechar el día desde temprano, leer, escribir y trabajar
y que el trabajo no me embrutezca; más los afectos. Y tengo una relación
especial con la ciudad, que bien mirado, es el origen de la Modernidad: la del
sujeto en ese escenario, con sus imágenes, ritos y correspondencias. De ahí al
situacionismo y la deriva hay un paso, y más hoy en día.
¿Qué le da más miedo? El verme
absorbido por el propio miedo, que muchas veces es irracional. Lo irracional
apoderándose de lo racional, sin que haya nada que pueda pelear contra esa naturaleza
neta. Y el señalamiento y la humillación de mis acciones.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? El propio escándalo, que es una suspensión del tiempo
donde todo es presente.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Hubiera sido fotógrafo
(aunque también lo soy, en menor medida que escritor). Arte fundacional, es un
lenguaje que aprendí antes incluso que el de la escritura y que siempre me ha
acompañado, pero no le he dedicado el tiempo necesario como para poder ponerlo
en primer plano. En él, decir «memoria», «abismo», «vitalidad» es mucho más difícil, aunque
parta de lo real-real, que con palabras.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? El del
paseo, como Robert Walser, con el que comparto además otras cuantas cosas
personales. O al menos ahora, como que lo pequeño es grande y viceversa.
¿Sabe cocinar? El cuestionario se pone técnico. La
respuesta es «sí», pero no soy ningún virtuoso, aunque tengo platos a-los-que-vuelvo,
como pasa con El Quijote.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Sylvia Plath, y a
todos los niveles. Del humano al literario al celestial.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Sabiduría.
¿Y la más peligrosa? Violencia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Prometo que no, y lo
juraría, pero no me gusta la connotación del juramento.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Una izquierda leída
por algunas de las vanguardias del siglo XX, o bajo su actitud. Tengo también
amigos anarquistas, hacia los que siento cercanía. En general, más partidario
de la justicia social, la igualdad y unas condiciones de vida dignas para todos
que partidista de partidos, que me han conducido a cierto desencanto. A la
política he llegado yo por vías profundas, verdaderas, de papel en sociedad.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? El que aún
no soy, pero seré.
¿Cuáles son sus vicios principales? El tabaco, principalmente.
Aunque mi amigo Nico fumó todo lo que pudo hasta los 30 y luego se quitó: ésa fue
la promesa que él mismo se hizo, ¿no es brillante? También bebo mucho café con
leche, y soy perfeccionista hasta la médula.
¿Y sus virtudes? Que lo digan otros.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Pensaría en mi madre, que sufrió más de lo debido y me entregó un
testamento abstracto. No me atrevería a pedir un mondadientes como Alfred
Jarry, o tal vez sí, si hubiera alguien conmigo. Pensaría en que lo hice, aquí,
de la mejor manera, y me acordaría de los días enamorados, de las fiestas, de
los vínculos que vinimos a trazar. Y cuando mi cuerpo tocara la arena, pensaría
que eso es el Más Allá.
T. M.