En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de María Ovelar.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Sin duda, una isla; el
mar salvaje en invierno, tranquilo en verano, con hamacas en los pinares, robledales
en las colinas y cardúmenes entre arrecifes. Abundarían las bibliotecas y
librerías, los centros comunitarios, las residencias artísticas, la comida
sabrosa, la gente y los animales.
¿Prefiere los animales a la gente? Depende de qué gente. Tengo fe en el ser humano, pero los gatos nunca me
defraudan.
¿Es usted cruel? Intento no serlo, pero la escritura tiene algo de
disección, y eso puede ser cruel.
¿Tiene muchos amigos? Tengo la suerte de tener unas amigas y amigos
maravillosos, una familia elegida que crece y se nutre a cada paso.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? La bondad, el sentido del humor, la parresia, el entusiasmo, la pasión.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. Pero debemos aprender que muchas veces no son ellos los que decepcionan,
sino nosotros los que nos sentimos desilusionados tras imponerles el yugo de la
expectativa.
¿Es usted una persona sincera? Sí, mucho. Ya lo dijo Pessoa, "El poeta es un fingidor. Finge tan
completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente".
Y estoy más con él que con Platón, que en La República, expulsaba a los poetas
de su ciudad ideal porque consideraba que eran mentirosos y manipulaban las emociones
del pueblo con sus ficciones. Pero hay una gran verdad en la mentira de los
poetas.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Escribiendo, haciendo el amor, visitando exposiciones, viajando,
acariciando a Totoro, mi gato.
¿Qué le da más miedo? Dormirme y despertarme en una oficina gris atrapada en un relato de Kafka
sin final.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Un mundo sin poesía, sin
reflexión, sin amistad, sin amor. La guerra, la violencia (contra todo ser vivo).
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Me
resisto a pensar que solo los llamados artistas son creativos, todo ser es un
artista, todos creamos. Hay muchas profesiones que me fascinan, la
arquitectura, la arqueología, la restauración…
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí: practico yoga, corro, nado. Y bailo mucho. Adoro bailar.
¿Sabe cocinar? Sí,
aunque no siempre encuentro el tiempo para hacerlo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A cualquiera de las mujeres anónimas que cocinaron, lavaron la ropa de
sus maridos e hijos, plancharon camisas mientras urdían un plan para escapar de
la dominación.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Amor.
¿Y la más peligrosa? Guerra.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, pero en la ficción
he matado ya a mucha gente.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Antifascista, anticapitalista, antirracista. De izquierdas. Feminista.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Pintora y escultora.
¿Cuáles son sus vicios principales? La nostalgia y el perfeccionismo.
¿Y sus virtudes? La curiosidad, la
pasión, la perseverancia, la capacidad de asombro, la paciencia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Un atardecer con mi amigo Chuchi y una cerveza en Famara (Lanzarote), la sonrisa
de mi madre al verme disfrutar de sus canelones, la mirada de mi padre en el crepúsculo
lento de Villaescusa, el instante antes de besar a Eros, yo recitando Contención
mecánica en frente del Ministerio de Salud; Totoro persiguiendo un fantasma
debajo de una sábana en mi cuarto, mi amiga Sara tocando el piano, Notre Dame
de Paris cuando corrí la medio maratón…
T. M.