En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Manuel García Pérez.
Si tuviera que vivir en
un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Probablemente, en el barrio de
Bloomsbury, concretamente en Gordon Square. Mi mujer y mis hijos saben que
tienen que arrojar allí mis cenizas.
¿Prefiere
los animales a la gente? No, por suerte o por
desgracia, conozco bastante gente que se parece a los animales. No tengo por
qué elegir.
¿Es
usted cruel? En mi literatura, sí. Pero, en el mundo real, hay
demasiados cabrones que han hecho ya doctorados y másteres en joderle la vida
al prójimo. Mi Doctorado es de semiótica.
¿Tiene
muchos amigos? Los suficientes para que me puedan llevar con urgencia y
prontitud al hospital en caso de un infarto.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos? Que no citen a autores
rusos en sus conversaciones. Ni a Javier Marías.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos? No he tenido esa suerte. Me
siguen como perro ido detrás de la rueda de un bus.
¿Es
usted una persona sincera? No siempre. A veces, es
mejor callarse. La sinceridad puede ser tan hiriente como la mentira y el gas
mostaza. Como decía mi abuela, que en paz descanse: “Hay que hablar siempre de
un cochino bien gordo y de una chica bien guapa”. Sé que lo último suena
machista, pero es que la sentencia tiene más razón que un santo.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre? Tomando café con mi esposa
y yendo al gimnasio. Desde hace años, soy consciente de que, sin ejercicio
físico, el cortisol se me dispara y la ansiedad me devora como el Alien de
1986.
¿Qué
le da más miedo? Que muera alguno de mis
hijos.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Últimamente,
el hecho de que haya sujetos que se sientan orgullosos de ser ignorantes. Y
que, según varios estudios, las sociedades que consumen más porno son menos
violentas.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Lo tengo
claro. Actor o presentador de un magacine como hace Emma García en Telecinco.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico? Sí, me gusta hacer algo de
pesas y correr en la cinta mientras escucho podcasts en inglés y en alemán,
aunque sea consciente de que nunca viviré ni en Londres, ni en Berlín. Me he
acomodado demasiado a Orihuela y no sé qué hacer con el burgués que llevo
dentro.
¿Sabe
cocinar? Sí, de hecho, creo que es lo que mejor hago,
especialmente guisos y asados. De hecho, más de una vez he querido presentarme
a Master Chef, pero mi mujer me ha prohibido que pida excedencias.
Si
el Reader’s Digest le
encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a
quién elegiría? A mi padre, sin duda. Y, si no fuese posible, pues a
Rasputín, pero para salir del paso.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Alumbramiento.
¿Y
la más peligrosa? Prejuicio.
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien? Si no fuese así, no sería
un ser humano. Estoy parafraseando una tesis de un ensayo de Hannah Arendt.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas? Tengo dos casas y dos
coches. Calificarme de izquierda sería pretencioso, si me comparo con otros
padres de familia que se las ven putas para llegar a fin de mes. Soy un
ferviente defensor del Estado del Bienestar. De hecho, soy profesor en la
Pública y mis hijos han ido siempre a centros públicos. Pero tengo claro que,
sin propiedad privada, no hay libertades, ni Sanidad, ni Educación, ni
jubilaciones. No hay progreso posible.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? A mi padre
le habría gustado que fuese banderillero y mi suegro apostaba por la abogacía.
Me cuesta imaginarme otra vida, pues sería declarar abiertamente que soy
infeliz en esta. Pero he de confesar que me habría encantado aparecer en un
videoclip de Alanis Morrisette.
¿Cuáles
son sus vicios principales? Soy adicto al trabajo y, en
ocasiones, me puede la ansiedad; vamos, que suelo ser un “cagaprisas”.
¿Y
sus virtudes? Los vicios que he confesado.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza? Creo que las manos de mi abuela lavando ropa en una pila,
un retrato de mi madre, las bicicletas de mis veranos en Agde, el nacimiento de
mi hijo Iván (estuve en el paritorio), una primera edición de “Mientras
agonizo”, otras manos, las de mi padre, dándole la vuelta a la cabeza de un
pulpo. Y, por último, el corte a lo garçon que, durante muchos años, lució mi
mujer.
T. M.