Veinticinco años de labor filológica están sintetizados en este volumen en el que José María Micó (Barcelona, 1961) ha reunido quince trabajos donde convergen sus inquietudes como profesor, lector, poeta y traductor. En unos tiempos en que los estudios de literatura clásica se han convertido en campo de unos pocos interesados, evidenciándose un declive en las carreras humanísticas y un descenso en el número de ensayos académicos que las editoriales se atreven a publicar, la impresionante y precoz trayectoria de Micó es, además de ejemplar por su rigor, constancia y humildad, verdaderamente estimulante para cualquiera que desee adentrarse con profundidad en la lectura de las obras que han formado la sensibilidad literaria moderna.
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Los que han tenido la fortuna de presenciar sus lecciones de Micó, catedrático de literatura española en la Universidad Pompeu Fabra, verán en Las razones del poeta (editorial Gredos) un reflejo de la meticulosidad con la que el joven sabio maneja sus conocimientos de poesía y narrativa renacentista y barroca, de los clásicos españoles e italianos y su relación recíproca. No en vano, Micó ha desarrollado esa mirada paralela hacia ambas lenguas, lo que le lleva de continuo a indagar en lo literario desde lo comparatista, por lo que el presente libro, más allá de fijarse en un puñado de obras maestras, se asienta en disquisiciones que tienen que ver con la “forma poética e historia literaria”, con “la necesidad de avanzar hacia una métrica histórica española”, como dice en la “Presentación”.
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En pos de este objetivo, Micó se pone en la piel del poeta al que analiza y hace que el núcleo de sus investigaciones parta del porqué de una elección métrica, de los motivos que condujeron a tal o cual escritor a abordar una tradición literaria específica para construir sus propias creaciones. Diestro en labores de crítica textual y experto en la edición de textos de Mateo Alemán, Cervantes, Góngora y Quevedo, en la traducción de poetas como Ludovico Ariosto y Ausiàs March, Micó está sin embargo muy lejos de ser un erudito encerrado en su biblioteca de marfil, y es muy consciente de las deficiencias que arrastra la comunidad filológica y las consecuencias que ello tiene en el empobrecimiento cultural que nos asola. Tomando como pretexto el más célebre libro de Harold Bloom, sobre el cual Micó tiene una certera y sensata opinión, nos ofrece la siguiente reflexión en “Un prólogo melancólico en torno a los cánones”: “España está necesitada de una crítica retrospectiva y de un replanteamiento del canon, pero no nos atrevemos a intentarlo con la literatura reciente, por falta de distancia, y no osamos hacerlo con la del pasado, que nos parece intocable y eterna en su jerarquía”.
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En esa línea de revalorización de nuestros clásicos, desde una perspectiva europeísta, ajena a secuestrar el arte literario bajo el sello de una nación o una lengua, Micó señala en el prólogo la incongruencia de que Ausiàs March, “el mejor poeta europeo del siglo XV”, de influencia capital para el Marqués de Santillana y Garcilaso, sea un “desconocido para un estudiante de literatura”; y más adelante, en “De la forma al género: el ‘Canzoniere’ como libro en la poesía española”, aborda una de las injusticias mayores en la historia de las letras: el hecho de que Petrarca, en contraste con el caso de Dante, sea “una especie de clásico olvidado que, aunque pueda parecer lo contrario, ha tenido poca suerte en y con los estudios literarios”.
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“El valor fundacional del cancionero de Petrarca” es sólo un ejemplo de todos estos precisos temas en los que indaga Micó con precisión y maestría, como en los escritos dedicados a las aliteraciones en el mismo Petrarca y sus traductores españoles, a las agudezas de Gracián –que podrían relacionarse con el Huidobro del “Non serviam” o el Neruda de las Odas elementales, indica–, o a las relaciones entre Cervantes y el Orlando furioso. Todo ello conforma un libro erudito, escrito con la claridad expositiva de un buen conferenciante, que no deja de proporcionar ideas para investigaciones filológicas y, lo que es más importante, anima a volver a esos autores para leer sus obras desde una óptica nueva, atenta en los detalles verbales, rítmicos, semánticos, lo que, en última instancia, marca la grandeza de toda creación artística.
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Aparte de los trabajos ya referidos, el lector encontrará otros de carácter más técnico y necesariamente complejo: “Breve historia de la rima idéntica”, en el que Micó busca las razones que tuvo Dante para la elección de ciertas palabras-rimas y estudia el mot tornat trovadoresco, hasta aportar algunos ejemplos españoles (sobre todo, de Herrera); “La tolerancia rítmica del ‘Libro de buen amor’”, en el que se ahonda en los hábitos métricos de Juan Ruiz; o “En los orígenes de la ‘espinela’. Vida y muerte de una estrofa olvidada: la novena”, sobre la décima y la poesía octosilábica del Siglo de Oro. Además, con “Las pretericiones de Jorge Manrique”, comprenderemos mejor las Coplas a la muerte de su padre a partir de su estructura y temática; y leyendo “Verso y traducción en el Siglo de Oro”, exploraremos el concepto de imitación y algunos ejemplos de traducciones del siglo XVI del Orlando furioso. Por último, los textos “El libro de Góngora” –“fue autor de poemas, no de libros, y sus composiciones están desprovistas de vínculos que permitan organizarlas en torno a una idea post-petrarquista de libro o cancionero” es el punto de partida–, “Ariosto en el ‘Polifemo’” –donde Micó encuentra “muchos temas y motivos que forman parte de un fondo común de lecturas poéticas” entre Ludovico y don Luis–, y “Épica y reescritura en Lope de Vega” –en el que estudia de nuevo el Orlando furioso y su influencia en la poesía castellana–, completan esta dedicación a la edad dorada de nuestras letras.
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Mención aparte merecen los dos trabajos que cierran el volumen. En un salto adelante en el tiempo, Micó se ocupa de Rubén Darío y de Jorge Luis Borges, explicando lo que da en llamar “formas truncas” en el primero, y analizando la presencia del soneto en la obra del segundo. “Las audacias y tientas métricas” del nicaragüense, “introduciendo quiebros y quebraduras a veces delicados, a veces violentos” (interrogaciones, puntos suspensivos, falsos estribillos, pies quebrados...) son vistas por Micó con la sensibilidad de alguien acostumbrado a preguntarse por sus propias razones y decisiones poéticas (La espera, Letras para cantar, Camino de ronda, Verdades y milongas y La sangre de los fósiles son los poemarios que el catedrático ha publicado hasta la fecha). En cuanto a la lectura de la poesía borgeana, Micó explica cómo el argentino evolucionó desde el versolibrismo de su poesía inicial hasta convertirse “en un sonetista pertinaz y en un artista consumado de la rima obvia”, algo que el propio Borges había rechazado en El tamaño de mi esperanza (1926). En ambos ensayos, el placer de captar las puntillosas observaciones de Micó se mezcla con la dicha de volver a los poemas de esos magnos escritores en un claro ejemplo de cómo un poeta-estudioso de hoy se comunica profundamente con la tradición de ayer, de siempre: “En poesía, todo aspecto formal, por mínimo que sea, debe estudiarse históricamente, atendiendo a la doctrina literaria de su momento, a la evolución de los usos retóricos, de los estilos, de la lengua poética”, dice en la página 49. Pues, ciertamente, no hay gran talento que no se base en una técnica literaria culta y bien engrasada, a la vez que la mera capacidad de retomar los tópicos literarios se difumina si no hay el talento suficiente para elevar lo escrito a categoría de arte.
Publicado en la revista Letra Internacional, otoño 2009