Un par de semanas atrás, el autor de Las líneas de otras manos me daba el ansiado ejemplar. Antes de tomar unas cervezas y unas tapas en una taberna centenaria de Sevilla, tras yo presentar mi libro de ensayos Desarticulación con J. M. Conget, Antonio se refirió a otras tapas: los textos que, por su extensión, llamó así él ese día y que se han volcado en esta edición melillense pero que, en realidad, a mis ojos, constituyen un gran festín, una comilona de ideas, comentarios, sabiduría literaria y vivencial. El género menor, el de la recensión breve de una novedad literaria, es convertido por obra y gracia de este gran homme de lettres (escritor, poeta, viajero literario, editor, director antes de varias publicaciones e incluso de una librería, traductor, biógrafo cernudiano, profesor de talleres poéticos…) en una maravilla mayor para los sentidos. Si en el libro mío antes citado ofrecí el pensamiento de que el crítico literario ha de escribir con amenidad y hondura, nadie como Antonio Rivero Taravillo para ejemplificar ese propósito que me propongo y trato de desarrollar.
Qué ingenio el de este traductor que acaba de aportar al mundo hispano, nada más y nada menos, que la traducción de la poesía completa de Shakespeare: en sus reseñas, los símiles de cualquier campo aplicados a la parcela literaria, con comparaciones astutas y desenfadadas, captan la atención del lector al instante, y a través de un estilo transparente, el caudal inmenso de conocimientos y juicios del autor se ponen de manifiesto página tras página. Ya sea hablando de literatura inglesa, en particular irlandesa, o de poesía española reciente, Rivero Taravillo demuestra que se puede ser tan exigente y contundente como amable y respetuoso en las valoraciones sobre traducciones, usos de versos o referencias cultas. Un equilibrio nada fácil y que él consigue siempre con tino y, ¡atención!, sin ni siquiera citar los datos concretos del libro criticado; y qué importa, pues el interés del artículo se transforma para mí en el interés que me despierta de continuo el autor de Melilla (Las líneas de otras manos está publicado en esa su ciudad de nacimiento, tras un retorno de hijo pródigo) que muy pronto se trasladó a, como dice él, “la consonante Sevilla”.
Pero por encima de todo, quiero destacar la modestia de este escritor, que se abre desde el mismo prólogo: una hoja magnífica donde esboza algo con lo que me siento identificado: “Mi prosa, esa espantable urraca, está condenada a nutrirse de los frutos de otros, y hasta en los libros de viajes que he ensayado parece que predomina más un censo de autores y obras que las propias impresiones sobre el terreno”. Nada de eso. Individuos como el que esto escribe sí que, en su atrevida ignorancia, abusa de otros escritores para jugar a ser ensayista. Rivero Taravillo, con su profundísima cultura, en los antípodas de la pedantería y la erudición, llega al fondo de las lecturas con una sencillez portentosamente admirable. Qué gusto encontrar un crítico de este calibre, en un panorama al respecto tan árido en nuestras tierras, llenas de farsantes y aduladores y prepotentes exégetas de prensa. Qué placer repasar, con las líneas maestras de sus manos, las mismas manos que han sostenido los mismos libros, o similares lecturas, y ver a un hermano de lecturas y pasiones literarias tan listo, mesurado y bondadoso: reflejo de un lector y crítico que ya uno quisiera ser algún día.
Qué ingenio el de este traductor que acaba de aportar al mundo hispano, nada más y nada menos, que la traducción de la poesía completa de Shakespeare: en sus reseñas, los símiles de cualquier campo aplicados a la parcela literaria, con comparaciones astutas y desenfadadas, captan la atención del lector al instante, y a través de un estilo transparente, el caudal inmenso de conocimientos y juicios del autor se ponen de manifiesto página tras página. Ya sea hablando de literatura inglesa, en particular irlandesa, o de poesía española reciente, Rivero Taravillo demuestra que se puede ser tan exigente y contundente como amable y respetuoso en las valoraciones sobre traducciones, usos de versos o referencias cultas. Un equilibrio nada fácil y que él consigue siempre con tino y, ¡atención!, sin ni siquiera citar los datos concretos del libro criticado; y qué importa, pues el interés del artículo se transforma para mí en el interés que me despierta de continuo el autor de Melilla (Las líneas de otras manos está publicado en esa su ciudad de nacimiento, tras un retorno de hijo pródigo) que muy pronto se trasladó a, como dice él, “la consonante Sevilla”.
Pero por encima de todo, quiero destacar la modestia de este escritor, que se abre desde el mismo prólogo: una hoja magnífica donde esboza algo con lo que me siento identificado: “Mi prosa, esa espantable urraca, está condenada a nutrirse de los frutos de otros, y hasta en los libros de viajes que he ensayado parece que predomina más un censo de autores y obras que las propias impresiones sobre el terreno”. Nada de eso. Individuos como el que esto escribe sí que, en su atrevida ignorancia, abusa de otros escritores para jugar a ser ensayista. Rivero Taravillo, con su profundísima cultura, en los antípodas de la pedantería y la erudición, llega al fondo de las lecturas con una sencillez portentosamente admirable. Qué gusto encontrar un crítico de este calibre, en un panorama al respecto tan árido en nuestras tierras, llenas de farsantes y aduladores y prepotentes exégetas de prensa. Qué placer repasar, con las líneas maestras de sus manos, las mismas manos que han sostenido los mismos libros, o similares lecturas, y ver a un hermano de lecturas y pasiones literarias tan listo, mesurado y bondadoso: reflejo de un lector y crítico que ya uno quisiera ser algún día.