jueves, 11 de febrero de 2010

Los últimos cuentos de Dino Buzzati



Con el pretexto de anunciar esta novedad del gran escritor italiano Dino Buzzati que ha publicado la editorial Acantilado, Las noches difíciles (la última recopilación de cuentos que hizo el autor, en 1971), recupero la crítica que del volumen Sesenta relatos publiqué, en La Razón, en octubre del 2006.

Es el prójimo quien sabe lo que ocurre: el vecino del pueblo, el compañero de ejército, el animal que husmea, el muerto que vuelve a la vida, mientras uno se limita a temer lo indefinido. Siempre el otro, y en esa incertidumbre, el protagonista espera algo, aunque no vaya a ocurrir nada o no entienda el porqué de tal espera. La inquietud de no saber, de saber demasiado, de suponerlo todo y no conocer nada aflora en todas las narraciones de Dino Buzzati (1906-1972), y estos Sesenta relatos (1958) traducidos por Mercedes Corral vendrían a reunir tales sensaciones a través de los temas que el pintor, músico, periodista y escritor italiano trató, de continuo, en torno a las dimensiones cotidianas entre lo real y lo imaginario, entre la angustia imaginaria y la amenaza verdadera.
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La fortuna ha cambiado para Buzzati, que hasta hace poco era sólo uno de esos escritores considerados clásicos modernos pero del que nadie hablaba, como si la importancia de su obra fuera algo artificial y no hubiera empapado la literatura posterior. Es necesario, pues, colocarlo donde le reclama la justicia del tiempo. Él mismo ideó personajes acostumbrados a esperar años y años, aun en vano, como su Giovanni Drogo de El desierto de los tártaros (1940), alegoría sobre el miedo y el deseo de lo que vendrá o no, en su caso una invasión en una Frontera. Ya en su primera novela, Bàrnabo de las montañas (1933), su protagonista, un guarbabosques, se hallaba en otro lugar fronterizo llamado Límite, esperando de forma metafísica.
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El paso del tiempo, esta angustia de corte kafkiano, impregna buena parte de estos cuentos, muchos de los cuales explotan más la vena sobrenatural, el elemento fantástico –Buzzati fue autor de libros infantiles, que ilustraba, donde dio rienda suelta a su fantasía– y en general cómo incide lo misterioso en el ánimo del hombre, un poco al modo de Bioy Casares (La invención de Morel es del mismo año que El desierto de los tártaros y ambas tienen similitudes). Y sin embargo, creo que lo fantástico estropea los ambientes desconcertantes de Buzzati; siendo notables todos los cuentos, hay algunos que flojean por efecto de un final fantasmagórico, como sucede en el atractivo «El asalto al Gran Convoy».
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Pero son excepciones. Buzzati de mueve de maravilla en las historias donde el lector también colabora en el final abierto, cuando todo se insinúa sin destapar el misterio. En «La capa», un soldado vuelve a casa ante la alegría de la madre, aunque sólo para despedirse, antes de que alguien inconcreto se lo lleve; en el sensacional «Siete pisos», un enfermo cambia de planta a medida que su dolencia empeora sin que él sepa nada a ciencia cierta, al igual que en «Una cosa que empieza con ele», donde el protagonista es el último en enterarse de su enfermedad. Se oculta la información, ésta es poder y herramienta para el control del ciudadano, parede decir Buzzati.
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Hasta el más sabio, en «Cita con Einstein», es sometido al engaño de lo real y lo ficticio, cuando el diablo pretenda conducirlo a la muerte, convirtiéndose el cuento en la fábula de cómo el ingenuo progreso se vuelve maligno. Porque otra de las características de Buzzati es el mensaje cifrado: de tono religioso a veces, como en «El perro que ha visto a Dios»; reclamando la mirada infantil de los adultos, en «El burgués hechizado»; viendo la reacción de la sociedad milanesa frente a los rumores revolucionarios, en «Miedo en la Scala». El entretenimiento se mezcla con lo ético, los textos tenebrosos con el humor más ingenioso, y comprendemos por qué hay que recuperar la mirada infantil, por qué, en «Los amigos», los muertos prefieren ser espíritus que habitan sitios abandonados antes que regresar a sus hogares; por qué existen dragones («La muerte del dragón») y los animales inofensivos («Los ratones») pueden gobernar a su antojo nuestra vida.