Leo en El Cultural un adelanto de un libro que ahora publica la editorial Seix Barral, cartas de amor de Pablo Neruda a su compañera de casi toda la vida, y ya para toda la muerte, Matilde Urrutia. Y la grata sorpresa me salpica el recuerdo y me transporta: la edición es de Darío Oses, el sublime lector de Hildur una tarde en la Feria del Libro de Santiago de Chile, el noviembre pasado. Y en qué lugar más fantástico trabaja este escritor: en una de las piezas del edificio que envuelve La Chacona, la casa-museo de Neruda. Desde allí arriba, se ve el barrio entero, buena parte de la ciudad. Sólo me bastó unos minutos para apreciar la fina sensibilidad, la sempiterna curiosidad de este hombre novelista y nerudiano, melancólico y diligente... Hoy, Neruda descansa junto a su amante frente al Pacífico. Soplaba un viento fuerte cuando estuve allí, en Isla Negra, y dudé entre si hacer una foto o sólo llevarme la evocación correspondiente. Al fin, la tentación de congelar el instante venció, y he aquí el sepulcro del poeta y su objeto de canto, sufrimiento también, pero al fin y al cabo felicidad de compañía y afán de amor trascendente.