jueves, 18 de marzo de 2010

Entrevista capotiana a Jesús Aguado



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Jesús Aguado.
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Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El corazón de mi hija.
¿Prefiere los animales a la gente?
Los animales son mejor gente que mucha gente que conozco (un tópico cierto), pero no.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Tener, muchos y amigos son, a poco que los pensemos en profundidad, términos que se contradicen entre sí en cualquier orden en que se los ponga.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Mis amigos son personas sin cualidades (no en el sentido de Musil sino en el del budismo zen) porque no necesitan ejercerlas para ser mis amigos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera?
Sólo cuando exagero, imagino, recuento: la sinceridad no es una cualidad de la inteligencia, que es fría y parcial por naturaleza, sino de la vida, que ama apuntalarse, crecer, dejar hablar al cuerpo, colorear vacíos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
La expresión “tiempo libre” es un señuelo burgués para que traicionemos al tiempo y a la libertad.
¿Qué le da más miedo?
Convertirme en Funes el memorioso y recordarlo absolutamente todo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La brutalidad física y mental que sigue imperando en buena parte del mundo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Nunca lo decidí. Pero me hubiera encantado ejercer cualquiera de las otras profesiones del vértigo: funámbulo, albañil de rascacielos, paracaidista, astronauta; metafísico, panadero, explorador, psiquiatra.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí.
¿Sabe cocinar?
Me defiendo.
Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Philippe Petit, el funámbulo que en 1974, saltándose todos los controles de seguridad, extendió un cable entre las torres gemelas del World Trade Centre, en sí una proeza logísitica y técnica, y se paseó por él, a quinientos metros del suelo, durante casi una hora.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Dime.
¿Y la más peligrosa?
Calla.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En política lo que más preocupa es no dejar que me engañen ni los unos ni los otros, algo complicado porque la política se ha convertido, con mínimas excepciones que entristecen la regla, en el arte del engaño.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Tetera.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La ensoñación y, como consecuencia de ella, estar convencido muchas veces de que ya he hecho cosas que ni siquiera he empezado a hacer.
¿Y sus virtudes?
La paciencia en lo que al futuro se refiere y la impaciencia en lo que al pasado se refiere.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El mäelstrom de Poe (cuento magistralmente recreado por Bradbury, que convierte al náufrago en un astronauta) sería una buena imagen: el que se queda en el bote se ahoga, el que se arroja a las aguas se salva, algo sobre lo que también dejó páginas memorables Ortega y Gasset.
T. M.