jueves, 11 de marzo de 2010

La función social del crítico literario

Germán Gullón en la Openbare Bibliotheek de Amsterdam
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Un día de 1984, un anciano Sándor Márai anota en su diario: “Voluminosos catálogos de editoriales, cada semana uno o dos. Miles y decenas de miles de libros, todos de reciente publicación, cientos y cientos de cada género. Un hartazgo asfixiante. Escribir sólo frases yuxtapuestas. Incluso palabras sueltas. Leer diccionarios. La literatura ha muerto: ¡viva la industria del libro”.
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Esa misma idea, la del fin de la Edad de la Literatura, la expuso Germán Gullón en Los mercaderes en el templo de la literatura (Caballo de Troya, 2004), ubicándola en un tiempo concreto en nuestro contexto, alrededor del año 2000, cuando “se produjo un cambio radical en el panorama de las artes: la preferencia del hombre culto se trasladó de lo verbal a lo icónico, lo que vino a empañar un panorama cultural posmoderno ya de por sí confuso”. El carácter comercial del libro literario, su valor convertido en precio, la marca registrada que hoy en día es el autor, el libro como objeto de consumo con código de barras, el show bussiness de los premios, eran sólo algunos de los numerosos asuntos que Gullón analizaba con certeros argumentos y una valentía y clarividencia extraordinarios. Y además de modo excepcional, porque el debate en torno a todo ello es inexistente en España, que vive una etapa editorial-empresarial magnífica que, por desgracia, se asienta en un gran conservadurismo artístico, la censura del mercado en palabras del editor André Schiffrin, que va en detrimento en última instancia de la creatividad del escritor.
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Así las cosas, Gullón da un paso adelante en su mirada sociocultural –siempre contundente y real, en ningún caso pesimista per se, ya que “nunca se ha leído tanto, gracias a la distribución de diarios gratis y al éxito de la novela negra y de la ficción histórica”– y concentra Una Venus mutilada (Biblioteca Nueva) en la función de la crítica literaria española actual. Partiendo de una frase de “El método de Sainte-Beuve” de Proust, sobre el estilo periodístico, el catedrático de la Universidad de Amsterdam aborda la importancia de “cuidar de que la calidad cultural sea respetada en el espacio público”. Un espacio en el que los medios de comunicación necesitan reajustarse para desarrollar una labor que abrace al libro como “uno de los semilleros del pensamiento humano”, dado que “se impone la necesidad de que la política empresarial de los órganos culturales responda mejor a su audiencia, y consideren en serio las preferencias de los lectores”.
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En este sentido, los críticos deberían establecer la diferencia entre las obras de entretenimiento y las literarias, una frontera hoy turbia ante el caudal publicitario, el número de títulos nuevos al mes y lo políticamente correcto –para no herir la susceptibilidad de unos u otros– en el que nos dan gato por liebre continuamente. De este modo, en un ciclo tan regulado de productos culturales, cabe reactivar el modo de respetar lo comercial sin menoscabo de hundir “el legado literario, patrimonio de la humanidad [que] pasa por apuros de subsistencia como espejo válido de las realidades y sueños de la ciudadanía”.
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Observador infatigable de una sociedad que evita la discusión intelectual verdadera y de una crítica literaria cobarde en sus juicios, denunciador de las hipocresías del mundo universitario y de la parcialidad de los suplementos culturales, Gullón se empeña en buscar interlocutores que también pretendan cuidar a la moribunda Literatura. En este Occidente presuroso de inicios del siglo XXI, cabe intentar su resurrección entre todos.
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Publicado en la revista Mercurio, núm. 119, marzo 2010