En un tiempo y lugar –nuestro frenético ambiente literario hoy–, donde la masiva edición, el afán de precocidad y de adquirir renombre artístico o comercial marca el día a día, se agradece que de vez en cuando surja algún autor de cierta edad que se haya impuesto el prudente deseo de debutar sin prisas. Marc Gual (Barcelona, 1972) lo hace con un libro de relatos espléndido, profundo, bello, escrito con suave lirismo o intensa contundencia, pero siempre consciente de armar artefactos lingüísticos densos y estructuralmente precisos.
La maldición del cronista se divide en dos partes, «Cuentos de lejos», de corte fantástico, y «Cuentos de cerca», de tono más realista, aunque ambos tienen en común «el tierno susurrar de la vida cotidiana y ordinaria, la inutilidad melancólica de los recuerdos», por decirlo con las palabras de Onetti sobre las narraciones de Chéjov. Así, lo metafórico-trascendente comparte líneas con asuntos corrientes de índole familiar o matrimonial: en la historia que da título al libro, un padre de familia lucha entre la elección de una vida con mujer e hijos y el instinto vertiginoso por escribir mediante una pluma mágica, lo cual le hace aislarse y gastar tantas palabras como el tiempo que le resta de existencia. En «Todo el mundo lo sabe», lo maravilloso es la entrada para sondear nuestra propia soledad en la sociedad de hoy: el protagonista es hallado crucificado en el rellano de su escalera y en torno a él se cifra toda una sociología, una búsqueda por la verdad de los hechos que sólo pueden imaginarse.
Ese es precisamente el tema que aúna los textos: la busca y la ambigüedad de lo verdadero, que a veces sólo tiene un sutil reflejo simbólico por medio de la voz y mirada de un personaje secundario. Se trata del punto de vista adecuado para manifestar las huellas latentes de soledad y tristeza que deja la muerte del padre, en especial en «La disculpa», donde el joven Samuel sufre su orfandad con una mezcla de fortaleza y vulnerabilidad, sumergiéndole en un permanente miedo por seguir viviendo. Gual practica una literatura romántica, nostálgica, sensitiva, siempre arraigada a un sentimiento nacido de la observación y la memoria: por ejemplo en «Las mujeres fuman», cuento en el que el narrador trata de constatar (verbo capital del libro), mediante la escritura, lo recordado, escuchado o visto, descubriendo cómo «la verdad persiste en su traje de sombra»; cómo, en fin, lo conmovedor se esconde en un recuerdo relampagueante, en un pequeño objeto, en un lejano enamoramiento.
Publicado en Clarín, núm. 87, mayo-junio 2010