viernes, 3 de septiembre de 2010

Huellas de toda una vida



En cada último libro de José María Conget están todos los libros de José María Conget. Por muy diversos que puedan parecer, en el terreno de la novela, el cuento o el ensayo narrativo, hay dos cosas que se respiran cuando se lee y relee al autor zaragozano o uno se asoma a páginas recién salidas de imprenta: primero, ese estilo suyo de calidad inigualable, de ritmo, intensidad y precisión lingüística tan placentero, tan admirable, que va acompañado siempre de tramas atractivas desde la primera frase, haciendo del cuento un camino en espiral, un cuerpo textual compacto de principio a fin; y segundo, los temas que va explorando el escritor sucesivamente y que son sus señas de identidad: la vida provinciana española y la vida en el extranjero, el amor por los libros y el cine, la autobiografía de José María Conget convertida en tema literario.
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Este último aspecto protagoniza el texto menos interesante, para quien esto escribe, de La ciudad desplazada, “Fútbol antiguo”, más bien una crónica personal, sentimental y entrañable, de la afición del padre del narrador por el Zaragoza Club de Fútbol. Mucho más potente literariamente es “Quillomamona”, el otro relato de carácter profundamente confesional que nos ofrece el volumen; fruto de una experiencia en un instituto con una serie de macarras a los que un veterano profesor da clase de literatura recurriendo a todo tipo de ejercicios lúdicos, tiene una historia detrás tan insólita como real, tan maravillosa como descorazonadora. En el fondo, cada relato de Conget escenifica lo que se da a diario en un aula: la convivencia entre las personas en el día a día, en sus diferentes jerarquías sociales, el roce físico y verbal que ello produce, sus consecuencias, y el grado de actuación al que todos nos vemos sometidos por culpa de o gracias a las hipocresías sociales.
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Desde mi punto de vista, no hay nadie mejor en la narrativa española actual, reciente, moderna, en ese campo sensible, profundo, realista y simbólico, a veces humorístico... Conget nos presenta retazos de la humana Vida completa: lo ordinario y vulgar del hombre al lado de su intimidad lírica, aunando con maestría hondura del sentimiento, literatura del yo introspectivo e imaginación desbordante ante lo real: tres dimensiones que relucen tanto en los irónicos cuentos de Bar de anarquistas (2005), como en novelas de corte dramático –Palabras de familia (1995)– o en aquellas donde el humor es omnipresente, caso de los tragicómicos Comentarios (marginales) a la guerra de las Galias (1984) o del divertimento novelesco Todas las mujeres (1989).
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En esta ocasión, con los relatos de La ciudad desplazada nos encontramos al Conget de inquietudes borgeano-fantásticas, caso del cuento metaliterario que da título al libro, o el que presenta una de esas casualidades que son increíbles de creer hasta que en efecto suceden con la claridad que impone la lógica imposible, “Encuentro casual en una estación de autobuses”. El resto de relatos, excepto “El cazador de libros” –sobre un fanático de la bibliofilia en donde se adivina el eco de la infancia lectora del propio Conget y también su empleo como jefe de actividades culturales del Instituto Cervantes de Nueva York–, hacen frontera con lo dramático y hasta lo trágico; y así surgen, en espléndida literatura, en personajes latentes y próximos, en prosa densa y penetrante, asuntos graves de la existencia: la traición amorosa, la experiencia de estar al borde de la muerte e incluso la memoria dolorosa de un suicidio: respectivamente, “Variación sobre un tema”, que parte de una idea tomada del Quijote, “Despedida” y “Navarra-104”.
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En este último libro de Conget, pues, está el anterior Conget y el que vendrá, siempre nuevo y sorprendente pero de continuo unido a las huellas de su obra y vida pretéritas. Una fidelidad artística consigo mismo que tiene, en este mismo año, otra novedad editorial: Espectros, parpadeos y shazam! (Point de Lunettes), preciosa edición llena de ilustraciones y fotos en la que el autor maño reúne artículos de las tres pasiones que le han acompañado desde niño: las novelas, las películas y los tebeos. Y es que las páginas escritas de Conget podrían muy bien configurar un plano en el que movernos para conocer la España culta y popular de los últimos cincuenta años, la influencia de la cultura pop extranjera en nuestros hábitos de ocio, y en definitiva la peripecia de una generación marcada por la transición de la dictadura hacia la democracia y, en su caso, de la visión primero de un país gris y pobre y luego de la vida en grandes capitales del mundo. Una trayectoria la suya que, en forma de memorias o autobiografía, y a tenor de las relaciones del autor con el ambiente literario hispano de medio mundo, no tendrían desperdicio alguno.

Publicado en la revista Clarín, núm. 88, julio-agosto 2010