lunes, 20 de septiembre de 2010

Loa a José Ángel Cilleruelo



Estoy en deuda permanente con José Ángel Cilleruelo. Este mismo blog lo está, pues es hermano pequeño del suyo, un reflejo del gran espejo que irradia la actividad literaria de este amigo mío en mayúsculas. Su conducta es un patrón de comportamiento; su atención hacia el prójimo, un faro diáfano de bondad y astucia. José Ángel pasa sigiloso por la vida, pero sus huellas en los demás son tan profundas que llegan al alma. Pareciera que la discreción fuera su sombra, y a la vez se trata de una discreción llena de opinión, interpretación, información, una sombra que perfila su altura moral, tan superior a la común de los mortales. Que José Ángel siempre tenga razón, que su consejo y cariño sean tan oportunos, que desprenda esa empatía llena de paz y buen juicio, son cosas que uno ha ido recibiendo a lo largo de los años sin haberlo merecido y sin haber devuelto una mínima parte de lo recibido. «Todas las glorias de este mundo no valen lo que un buen amigo», dijo Voltaire. Yo disfruto de esa gloria y, en cierta medida, todo lector que se acerque a su literatura, también. Porque la obra ingente en forma de poesía, cuentos, novelas cortas, traducciones, antologías de José Ángel forma un corpus intelectual cuya dimensión cabe celebrar en sí misma: su variada existencia es un logro, una inspiración latente, y quien la ha firmado un verdadero ejemplo de vida y entrega artística para mí, para la memoria y el tiempo que vendrá.