sábado, 30 de octubre de 2010

Mis vecinos Bolaño y Cortázar


Un día de la semana pasada enciendo la tele y, oh sorpresa, dan algo que realmente merece la pena. Todo es próximo, y percibo imágenes de un lugar que visito desde hace treinta y ocho años: Blanes. Allí vivió Roberto Bolaño, y el documental glosa su vida y obra; amigos, vecinos, tenderos, escritores hablan de él, y una voz en off lee textos donde el autor chileno comenta las particularidades de ese pueblo de la Costa Brava. Tanto tiempo yendo, entrando en la atractiva librería donde él acudía, recorriendo sus calles, mirando el mismo mar, y no lo vi ni lo busqué nunca. En el reportaje, se cuenta cómo las más importantes editoriales, una detrás de otra, rechazaron en un principio sus manuscritos. Así que lo único que podía hacer el escritor era perseverar, seguir escribiendo.

Algo parecido dice Julio Cortázar por carta a un amigo, en la correspondencia que leo estos días para reseñar: que ante el rechazo de afuera, sólo cabe seguir adelante con lo que uno cree. Un día de 1958, un gerente de Sudamericana le dijo al argentino que no podía publicar «El perseguidor» y otros cuentos: «Me promete hacerlo en 1959. Pero me voy a dar el gusto de decirle que no, y le escribo para que retire el original. Hay algunos placeres que uno tiene que dárselos en vida. Ya verás que me publicarán cuando esté muerto. ¿Por qué preocuparse entonces?». Y ahora, él mismo y Bolaño son objetos de publicación póstuma extrema, de todo cuanto se encuentra de ellos. Es verdad, se desviven por publicaros cuando estáis muertos.

Estos días son muy cortazarianos: una amiga del cronopio, escritora vecina ahora, me cuenta que cuando Cortázar venía a verla a Barcelona, se hospedaba en la casa que estaba –y aquí me sorprendo con asombro melancólico–, cerca de mi zona familiar, en un piso en el que residí mis primeros veinticinco años, en un barrio del extrarradio. Yo podía haber ido con mi balón Mikasa por aquellas calles de la infancia y haberme cruzado con ese hombre de 1,93 m, y enseguida haberme preguntado si era jugador de baloncesto.

Tiempos y espacios perdidos, pasados en una pecera de memoria que hoy vuelven a enmarcarse, en un simple juego de coincidencias y posibilidades, en lo que pudo haber sido y no fue.