Cansado de mirar a las letras del monitor del ordenador, salgo al parque junto a mi casa, donde soy secuestrado por dos niñas que me obligan a jugar a pillar. En medio del juego, acabo frente a un banco, porque es el lugar para el "¡salve!", y entonces, en el banco de al lado, surge la sorpresa: una pareja de mediana edad está leyendo sendos libros, pero el hombre tiene además cuatro encima de sus rodillas y un bolígrafo en la mano. Todos los volúmenes son de Robert Walser, en ediciones de Siruela. Estoy tentado de preguntarles algo, pero qué derecho tendría de interrumpir ese momento que, luego lo pienso, es puramente walseriano. El autor alemán murió mientras paseaba, en la nieve, y así hay que leerlo, en el frío de este enero barcelonés que espera a los Reyes Magos. El parque siempre es rincón para los solitarios, los viejos, los yonquis, los locos, las ancianas, los delincuentes. Siempre me he fijado en la fauna adulta de los parques, pero nunca había visto una escena de biblioteca en ellos.
Foto: Camprodón en diciembre