jueves, 10 de marzo de 2011

El polaco que quiso frenar el Holocausto


.....Vivimos a diario con la amenaza y la explosión de conflictos tan lejanos como próximos; también, con el recuerdo de las guerras recientes de nuestros antepasados, la civil y las dos mundiales, a través de multitud de testimonios gráficos y escritos. Se diría que sobre los padecimientos bélicos que sufrió Occidente ya lo sabemos todo, pero de súbito surge, aquí y allá, una nueva visión que vuelve vírgenes los ojos, pues el escalofrío de lo sanguinario, no por viejo y conocido, es menos impactante. Ejemplo insuperable de ello es Historia de un Estado clandestino, de Jan Kozielewski (Lodz, 1914-Washington D.C., 2000; Karski fue su seudónimo), uno de los documentos más importantes sobre la invasión de los nazis en Polonia, sobre los guetos de Varsovia, sobre los campos de exterminio, sobre todo un «mundo derrumbado».
.....El lector lo comprobará si recorre el episodio «Tortura», en el que Karski cuenta cómo le machacaron los agentes de la Gestapo hasta dejarlo moribundo y con todas las ganas de un suicidio que no pudo consumar; o el llamado «El gueto», donde el autor contacta con dos líderes judíos de la Resistencia que le encargan una misión capital en su inminente viaje a Londres: «Estábamos a comienzos de octubre de 1942. En dos meses y medio, en un barrio de Polonia, los nazis habían cometido trescientos mil asesinatos. En efecto, yo tenía que informar al mundo exterior de un tipo de criminalidad sin precedentes» (pág. 434); o las páginas de «Morir en agonía...», que narra cómo Karski ve in situ las atrocidades de un campo para poder dar cuenta de ello de forma fidedigna al comandante en jefe y primer ministro polaco instalado en el Reino Unido.
.....Karski, hombre muy católico y amante de la demografía, que estudió para ejercer la diplomacia, que le encantaba exprimir al máximo lo que ofrecía la vida: la equitación y el esquí, los idiomas y la literatura, los viajes y el colectivismo en pos de un ideal democrático, con su excelente tono narrativo se convierte es nuestro particular Virgilio: nos lleva de la mano por un Infierno –perdóneseme el tópico– que no cabe ni en la imaginación más retorcida, y caminamos con él por esa «ciudad de la muerte», «espantosa ruina de sí misma», que fue Varsovia desde septiembre de 1939, cuando los nacionalsocialistas, «como represalias por las pérdidas sufridas, comenzaron con las matanzas de cientos de inocentes» (pág. 349). Hasta alcanzar casi dos millones de muertos a inicios de 1942. «Juegan antes de morir», tal era el comportamiento de los niños esqueléticos en el gueto, mientras los adultos vagaban como zombis en escenas tan macabras que a Karski le provocaron náuseas durante varios días. Aquellos recuerdos iban a ser, indefectiblemente, sus «posesiones permanentes».
.....A estos episodios de una dureza incomparable, se le unen todos los que están relacionados con la forma en que se preparó, en una habilísima clandestinidad, una Resistencia –Karski destaca el papel de las mujeres, verdaderas mártires que tenían mucho más que perder que los hombres– que llevó a cabo grandes acciones: periódicos que se repartían entre la población judía, escuelas en las que recibieron educación primaria unos cien mil niños, redes de producción de papeles de identidad falsos con los que sortear a los agentes de la Gestapo... El propósito de la Resistencia era «mantener la continuidad del Estado polaco, que sólo por accidente ha debido descender a la clandestinidad», explica al comienzo, cuando Polonia constituye el paradigma de país acosado, humillado y aniquilado. Un productor cinematográfico astuto haría una película sobresaliente con todo este material que ya presenta un estilo lleno de escenas muy visuales y guiones de un inusitado realismo y emoción. De hecho, la obra empieza casi como una novela de Tolstói, con Karski en un baile, tras su periplo universitario pasado en Suiza, Inglaterra y Alemania, en unos días en que el ejército polaco está siendo movilizado. «Alemania era débil» y los aliados la iban a derrotar pronto, se presumía en agosto de 1939, pero luego entra en juego el Ejército Rojo, que hace a Karski prisionero, y ahí empieza el vía crucis que lo lleva a una serie de aventuras de huidas, espionaje, suspense máximo y heroicidad.
.....El libro, escrito en inglés, fue publicado en 1944 –se dice que fue un best-seller al venderse 400.000 ejemplares–, poco después de que Karski se entrevistara con el presidente Roosevelt en la Casa Blanca para hablar de los derroteros de la guerra y la situación de los judíos. Antes, el autor había atravesado la Europa fascista, viviendo mil y una peripecias por su otrora querida Francia –«Mi posición se asemejaba a la de un padre confesor para cada partido; era, más exactamente, un verdadero “canal” entre Varsovia y París»–, hasta alcanzar Gibraltar y, desde allí, poner rumbo a Londres, donde su mensaje podría ser divulgado en libertad. Entonces, se sucedieron los reconocimientos por su valentía y compromiso, tanto en Gran Bretaña como de inmediato en Washington, pues, ya sin su tapadera, seguiría ayudando a la causa polaca desde Estados Unidos (fue profesor en Georgetown de 1952 a 1992 y se erigió una estatua en su honor); su testimonio fue todo un impacto y no tardaron las traducciones. Curiosamente, este volumen capital para conocer las acciones de Hitler y las SS aún no estaba disponible en español; un vacío ahora enmendado gracias a la gran iniciativa de la editorial Acantilado y a la traducción de Agustina Luengo.
.....Nos decían de pequeños que la historia de Polonia era la más triste de todas las naciones. El libro de Karski da la razón, con una intensidad literaria de primer orden, a tan desoladora y certera afirmación.

Publicado en La Razón, 10-III-2011