viernes, 22 de abril de 2011

Corrupción en Los Ángeles




El incombustible Thomas Pynchon (1937), hombre invisible de las letras americanas dada su legendaria querencia a no desvelar ni una sola imagen de sí mismo, vuelve a mostrar su peculiar creatividad gracias a Vicio propio. Y es que, al leer al autor neoyorquino, a uno le asalta la misma sensación que señaló bien Harold Bloom al hablar de La subasta del lote 49, novela de 1966: «En parte a la manera de Kafka, se ha hecho ininterpretable salvo mediante la elección personal y acaso arbitraria de cada lector». Afirmación que cobró una dimensión absoluta con El arco iris de la gravedad (1973), primero calificada de obscena pero luego ganadora del National Book Award, premio que recogió un cómico haciéndose pasar por el autor.

En efecto, lo surreal y lo absurdo late en parte de la narrativa de Pynchon, aunque bajo una aureola de realismo crudo y cercano, la cual lleva a esa impresión de desconcierto que puede atraer a muchos y repeler a otros tantos. En este caso, todo gira alrededor de la búsqueda del magnate inmobiliario Michael Wolfmann, relacionado con una amiga del protagonista y al que vieron subirse a un barco de contrabando.


Así, el hippy Doc Sportello, «sabueso que busca a personas desaparecidas», intenta esclarecer a dónde ha ido su exnovia Shasta –antigua Reina de la Belleza y actriz ocasional– con el corrupto Wolfmann, lo que le conducirá a relacionarse con variopintos personajes entre «un bullicioso hervidero de buscadores de juerga, bebedores y surfistas gritando por los callejones, drogatas...». Pynchon, con altas dosis de ironía, retrata los años setenta y aprovecha para atacar a las instituciones estatales, la clase alta metida en turbios asuntos y el poder alineante de la televisión. Se trata de un buen espejo sociopolítico en medio de una trama enrevesada que se pone en marcha tras el asesinato del guardaespaldas del magnate, la aparición del chulesco policía Bigfoot Bjornsen y el supuesto homicidio de un músico surfero llamado Coy.

Lo mejor, dentro de un argumento bastante irregular, como de bola de nieve que se agranda pero cuya dirección es imprevisible, es el tono de novela negra, los diálogos chispeantes entre policías y buscavidas, y el ambiente que nos transporta al periodo del éxtasis de la marihuana, las camisas hawaianas, las tablas de surf y las canciones de The Doors. Pynchon rescata una etapa que siempre será atractiva y mantiene el encanto propio de un momento y lugar en el que la libertad, la ambigüedad sexual y el mundo nocturno tomaron las vidas de una nueva generación.

Publicado en La Razón, 21-IV-2011