domingo, 17 de abril de 2011

El cine, el yo y yo

En agradecimiento a Ainhoa

Me paro a pensar y percibo cómo el cine ha trascendido en mi vida hasta filtrarse por mi instinto literario. Echo un vistazo a mis obras y compruebo cómo el recurso de acudir a una sala para ver una película ha sido uno de los momentos narrativos donde muchas cosas se insinúan y hasta se explican. Pues la metáfora del encerramiento de un cine es universal y proyecta sensaciones y efectos del todo sensibles para cualquiera.

En un libro inédito de artículos sobre cine, hablo de cómo «en una existencia en la que pocos tienen clara la línea que separa lo realista de lo falso, todos somos en cierta medida peliculeros que adoptan rictus o pensamientos o iniciativas que hemos descubierto antes en una pantalla de cine». De ahí que ese libro citado solo haya podido crecer modelado por un género híbrido: el de hablar con tono de ensayo sobre películas que, muy particularmente, han marcado con fuego mi reacción emocional o me han llevado a recuerdos y anhelos hondos. Ver cine, pues, como una suerte de autobiografía.

En mi primera novela, Solos en los bares de noche, hay media docena de veces en las que aparece la palabra cine. Su protagonista, un joven a la deriva entre Dublín y Barcelona, encuentra en una sala de cine un refugio, una cueva para el sosiego que fuera no tiene la dicha de disfrutar: «La ciudad empezaba a oscurecerse y no sabía adónde ir a esas horas. Comenzó, pues, simplemente a caminar, acordándose de repente del cine donde había descubierto, años atrás, que en una realidad de blanco y negro se sentía mucho mejor». Se menciona concretamente It’s a wonderful life, de Frank Capra.

Luego, en Hildur, la referencia a ir al cine, a ciertas películas, en este caso en una de Almodóvar, es trascendental para captar la personalidad del pianista Hans, y también de su novia Hildur. Ellos frecuentan una sala céntrica de Reikiavik, «en ese tiempo en que los gestos y las palabras podrían formar el fondo y la forma de una película de cine, en el mismo tiempo en que somos los protagonistas de los fotogramas que alguien —el otro yo que almacena los recuerdos— está rodando de forma omnipresente, omnipotente, como un dios chismoso y gandul».

Esas dos novelas son mis dos poemas en prosa. Es decir, nacen con la misma pretensión proustiana de cierta languidez melancólica, de río de palabras que quieren surcar una corriente que aúne pensamiento y sentimiento, haciendo que la acción novelesca, aunque sea frecuente o intensa, siempre quede cobijada por el fluir del lenguaje: «Lejos, lejos. Hildur se siente lejos estando tan cerca de Hans, y quisiera abrazarlo si no fuese absurdo hacerlo en esta secuencia de la película que escribe, dirige y protagoniza ella misma». Esos personajes narrativos se mueven con cierto «dramatismo teatral copiado mil veces en el cine», como creo que nos solemos mover todos en la vida ¿real?

Por eso, cuando en mi librito de poemas y crónicas estadounidenses Escenas de la catástrofe, cuento cómo una pequeña avioneta me conducía de Filadelfia a Brooklyn, mi visión desde el cielo del sky line neoyorquino es interpretada como una mentira, porque es más propia de un travelling visto en mil y una películas que de mi experiencia fidefigna. En la otra de las crónicas, mis pasos atraviesan la cortina del tiempo y de repente estoy instalado en el barrio de Hampden, en Baltimore, pero sobre todo estoy en cafeterías con camareras de los años sesenta vistas en el cine, o dentro de una película de John Waters.

Y qué decir de Labor de melancoholismo, libro asentado en el carácter de un sujeto poético, solitario, angustiado, que protagoniza poemas autobiográficos con fuerte tendencia a la teatralización fílmica. En el poema «Engaño», ese individuo siente la distancia que le separa de su amante; los últimos versos dicen: «Yo seguí tu sombra desde la cama / y encendí la tele. Marilyn Monroe / decía: “He dejado de amarte, John...” // En el amanecer tú ya no estabas». Experiencia real fundida en la experiencia ficticia: la segunda complementa la segunda, y a veces la primera surge de forma aprendida en la segunda.