Navego por la edición digital de El País para hojear qué sale en Babelia. La decepción semanal por los temas, libros, autores tratados y firmas hoy está acompañada por una ausencia del todo injusta en el amplio apartado que el diario dedica a los libros ilustrados. No aparecen las novedades de la mejor editorial que aúna texto y dibujo: Vicens Vives.
En mi cortísima trayectoria (cuál no lo es) como colaborador en muchas casas editoriales durante tres lustros, no he visto semejante autoexigencia y calidad como en Vicens Vives, la cual sobre todo es visible, a efectos comerciales, en la red de colegios e institutos. Muchas veces, las colecciones clásicas que maneja un estudiante de filología –Cátedra, Alianza, Austral, Castalia, etc.– se quedan cortas, en su supuesta especialización y erudición, al lado de los volúmenes que, con la inocente apariencia de dar literatura clásica a los más jóvenes con el añadido de bellas ilustraciones, nos deslumbran, en cuanto uno pasa la primera página, por un nivel literario, lingüístico, intelectual, artístico en suma, absolutamente sublime.
No sé si Vicens Vives ha recibido el típico premio institucional a la edición que otras editoriales han obtenido tras breves andaduras, pero no se me ocurre ninguna que se lo merezca más. ¿O acaso hay algo más importante y precioso que introducir en la mejor literatura universal de todos los tiempos a niños, adolescentes y jóvenes? Uno de los méritos, a propósito, es que cada edición está tan bien preparada que no solo colma el horizonte de expectativas de los más pequeños, instruyendo y deleitando, sino que un adulto puede disfrutar igualmente de ediciones cuyo rigor, claridad y profundidad, como digo, rebasa con creces el nivel del resto de editoriales que uno conoce de cerca o de lejos. Hasta la más pequeña nota a pie de página, hasta los apéndices que estimulan la relectura, están tan primorosamente elaborados que da gusto aprender literatura mientras uno ve cómo la aprenden los primeros lectores de tantas historias.
El responsable de todo esto es Francisco Antón, cuya labor no puede ser más excelsa, más profesional. Incontables sus traducciones, sus revisiones de los mejores clásicos, su coordinación de tantas obras magnas. Su portentoso escudero, Agustín Sánchez Aguilar, creador de adaptaciones del Quijote, de los mitos grecolatinos, de Pinocho... lleva a cabo una ingente labor que tiene como guinda al pastel a los ilustradores. Y ahora vuelvo al comienzo, a la sorpresa de cómo Babelia no repara en que para Vicens Vives trabajan, simplemente, los mejores del mundo: vean el arte de Victor G. Ambrus para El mago de Oz, el de Christian Birmingham para Cuento de Navidad, el de Alan Lee para las Metamorfosis, el de Robert Ingpen para Robinson Crusoe o la última novedad de la editorial, la mejor edición que yo he visto de Alicia en el País de las Maravillas en cualquier lengua.
Doy fe de que muchas de todas estas joyas que atesoro –la antología Poesía española que se publicó el año pasado, la adaptación del Quijote del 2004, las Estampas de Platero y yo...– y los dibujos y pinturas que las acompañan parten de algo que no tiene precio: muchas horas, meses, años consagrados a cada proyecto con un único objetivo: la perfección. Y, en verdad, cómo se acercan a ella ese dúo de incansables lectores que traen la palabra del ayer al ritmo del hoy, todos esos pintores que convierten la literatura en imagen de rotunda belleza y fantasía para siempre.