miércoles, 9 de noviembre de 2011

Tomás Segovia: el hijo del exilio


Más de sesenta años de andadura literaria llegaron ayer a su fin, con la desaparición, en México, del poeta valenciano Tomás Segovia. Desde su primer libro de poesía, “La luz provisional” (1950), hasta el último, de reflexiones, “Digo yo” (2011), su vida estuvo consagrada a la literatura y marcada por el exilio. Nacido en 1927, desarrolló sus estudios en el Liceo Francés de Madrid, y también en Francia y Marruecos, y fue en el periodo de la Guerra Civil cuando su familia se trasladó a México, donde ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma, en la que más adelante trabajaría en su área de divulgación cultural. Hoy, la prestigiosa revista de este centro donde colaboraba y se le dedicaban artículos está de luto, junto con Fondo de Cultura Económica y Pre-Textos, las editoriales que habían ido publicando sus obras a ambos lados del Atlántico.

Referente inexcusable del exilio español en México, Segovia siempre rehuyó de etiquetas que simplificaran orígenes geográficos o patrias. Para el excelente traductor de libros como el monumental “Shakespeare” de Harold Bloom, la poesía era el único país del poeta, y su tiempo actual, su campo de acción más allá de lenguas y nacionalidades. Así lo puso de manifiesto en diversas ocasiones a lo largo de una trayectoria muy activa: fundó la revista “Presencia” en 1946 y dirigió la “Revista Mexicana de Literatura” entre los años 1958-1963; se dedicó a la enseñanza en el Instituto de Intérpretes y Traductores, y a la investigación en El Colegio de México, y fue profesor visitante en la Universidad de Princeton. Asimismo, se dedicó a la difusión cultural en Montevideo en 1963-64, a lo que le siguió una estancia en París como colaborador de varias editoriales. Y por si fuera poco, se empleó en el ámbito del cine y la radio mexicanos.

Todo un todoterreno, en definitiva, que cultivó la narrativa en títulos como “Trizadero” (1974), “Personajes mirando una nube” (1981) y “Otro invierno” (2001), el teatro: “Zamora bajo los astros” (1959), el ensayo: “Contracorrientes” (1973), “Poética y profética” (1986) y “Alegatorio” (1997) y, por supuesto, la poesía: “El sol y su eco” (1960), Anagnórisis” (1967), “Figura y secuencias” (1979) y “Cantata a solas” (1985). Todo este conjunto de libros le llevaría a obtener algunos de los más importantes galardones de las letras hispanas: el premio Xavier Villaurrutia y el Alfonso X de Traducción, ambos en tres ocasiones, el Octavio Paz de Poesía y Ensayo, y el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca en 2008, otorgado en Granada a toda su obra literaria, entre otros. Desde 1985, tras jubilarse, había repartido su tiempo entre Madrid y el sur de Francia, sin dejar de hacer traducciones, colocando poemas en su blog y dando conferencias con una intensidad admirable para su edad.


Publicado en La Razón, 9-XI-2011