domingo, 11 de diciembre de 2011

El poeta mudo



En 1990, Tomas Tranströmer (Estocolmo, 1931) sufrió una apoplejía que le privó del habla. Ha habido célebres poetas que perdieron la vista –Homero, Milton, Borges–, pero pocos podrán encontrarse que hayan perdido la facultad de expresarse con la voz. Lo cual no obsta para que el ritmo interior, la cadencia poética, siga desarrollándose. Como un Goya sin oído que siguiera pintando sus visiones, como un Beethoven con partituras sordas ante su piano, Tranströmer siguió afinando su pulsación poética, pues no en balde buena parte de su obra pertenece al ámbito de la naturaleza –donde todo sonido nace– y la música, caso de los poemarios Hemligheter på vägen (1958) y, ya traducidos en castellano, El cielo a medio hacer y Deshielo a mediodía (Nórdica, 2010).

Precisamente, estos libros constituyen un buen mirador desde el que contemplar la trayectoria del autor: una antología de sus versos desde su primer libro, «17 poemas» (1954), que incluye incluso una nutrida colección de haikus, todo lo cual, a juicio de Carlos Pardo, encargado del prólogo, nos hace ver cómo «hay poetas que nos hacen más inteligentes, más despiertos, que nos vuelven sutiles o sentimentales o contradictorios. Tranströmer nos coloca en el mundo, en eso que llamamos realidad y que se diferencia del realismo en que la realidad carece de sentido. Pero nos hace sentir fascinación por existir en él». Eso mismo es lo que llevó a la Academia Sueca a otorgarle el Nobel, literalmente, «porque, a través de la condensidad de sus traslúcidas imágenes, nos aporta un acceso fresco a la realidad». Una realidad de la que Tranströmer –licenciado en Historia de la Literatura, Psicología e Historia de las Religiones– se ha llenado de continuo, pues siempre ha estado a pie de calle: su poesía ha crecido paralela a su empleo como psicólogo en cárceles y hospitales. Allá mismo donde cada día significa un renacer: «Despertar es un salto en paracaídas del sueño. / Libre del agobiante torbellino, se hunde / el viajero hacia la zona verde de la mañana», dirá en «Preludium».

Tranströmer entendió que, tras perder parcialmente el habla, tenía que resucitar cada día, tenía que imitar al enfermo en la cama, acordarse del niño que, en los años treinta y cuarenta, veía a su abuelo trabajar en un archipiélago y del que surgió su libro más personal, Östersjöar (1974), y sintetizar su poesía, dándole el sonido oculto de un mudo, la música interior que suena por doquier.

Publicado en La Razón, 11-XII-2011