jueves, 9 de febrero de 2012

El judío sospechoso




Héroe o villano. Así es como fue tratado el industrial judío Mordechai Chaim Rumkowski, director de un orfanato y amo y señor del gueto de Lódz, ya en el tiempo que le tocó vivir; para unos, era el defensor de sus conciudadanos ante las exigencias de los nazis, que habían ocupado esta ciudad del centro de Polonia en 1939; para otros, un siervo más de los nacionalsocialistas que sólo quería acumular poder con la excusa de impedir las deportaciones de judíos a los campos de exterminio. «Su único logro hasta la fecha: haber vendido a su propia gente en tiempo récord, y haber robado o hecho desaparecer todas sus pertenencias. Y aun así, ¡un cuarto de millón de personas lo admiran como a un dios!» (pág. 141), dice el diario de una mujer que no puede concebir que un hombre denigre a los suyos «para encumbrarse a sí mismo».

He aquí el mayor mérito de esta novela de Steve Sem-Sandberg: documentar con precisión toda la historia de un gueto que fue modélico, pues a ello se empeñó Rumkowski –líder del Judenrat o consejo de gobierno del gueto–, por su organización y eficacia. La hambruna, los suicidios, las epidemias, todas las desdichas descomunales que padecieron los doscientos mil habitantes del gueto, más las pequeñas distracciones familiares en el interior de los hogares judíos, es llevado con consistencia al papel, en traducción de Caterina Pascual, y así, conocemos el sueño del Presidente: hacer del gueto un protectorado anexionado al Reich alemán, «un Estado judío libre bajo soberanía alemana, donde la libertad habría sido ganada honestamente al precio del trabajo duro». Mera utopía.

El autor nos dice que la novela sigue lo que cuenta la «Crónica del gueto», un documento de más de tres mil páginas que fue escrito por unos cuantos empleados del Archivo de la ciudad. Por eso el libro nos da un sabor contradictorio: es admirable cómo Sem-Sandberg ha usado toda la información que estuvo a su alcance, pero como artefacto literario carece de la suficiente garra; la recreación de los hechos suplanta la del alma de los personajes, y lo periodístico se antepone a lo creativo. Rumkowski, que intentó convencer a la población, con su discurso «Dadme a vuestros hijos», de que la deportación de niños, ancianos y enfermos en 1942 iba a ser útil para salvar otras vidas, vería su fin en una cámara de gas de Birkenau dos años después.

Publicado en La Razón, 9-II-2012