jueves, 8 de marzo de 2012

El poeta secreto de la Odisea




Somos aún parte de la antigua civilización griega y su cultura y bases políticas están entre nosotros; sus inquietudes, certezas y conjeturas nos sobrevuelan, y nuestras pasiones, luchas y ensueños permanecen al mismo tiempo en lejanos hexámetros desde hace casi treinta siglos: en dos epopeyas que fueron atribuidas a Homero, un aedo con biografía poco fidedigna y que el mundo conoce como la Ilíada y la Odisea. Eduardo Gil Bera vio hace años que este campo es fértil para la especulación y la desconfianza, es decir, para la investigación. De ahí nació su obra La sentencia de las armas, donde se preguntó si en efecto existió Homero, para al fin y al cabo relacionarlo con la Ilíada, pero no con la Odisea, que sería obra de otro poeta.

Es ahora, en Ninguno es mi nombre –en referencia al célebre episodio en el que Ulises se escapa de las garras de Polifemo– cuando el escritor navarro concreta su espionaje en la historia y, con la astucia aprendida del propio Odiseo, nos convence de que Tales (665-581 a. C.), sí, aquel conocido por su vida en Mileto como legislador y participante en el gobierno tiránico de Trasíbulo, pero que había nacido en una localidad de Creta, Gortina, escribió el inmortal poema. Como en el otro libro citado, Gil Bera va diseminando pequeños capítulos, con una mezcla de erudición y lenguaje ameno, para trazar una intriga sobria, a veces desconcertante y otras iluminadora, que nos lleva sobre todo a adentrarnos en profundidad –mediante disquisiciones semánticas y escultóricas– en el contexto en el que el «poeta secreto» Tales habría escrito la Odisea, cuya composición «duró más de treinta años».

Gil Bera se pregunta en estas páginas cómo es posible que se pusiera en marcha una red de homéridas (los rapsodas que recitaron el poema por tierras de Jonia) «a la vez, en islas y ciudades muy distantes entre sí», y quién estaba detrás de semejante empresa. Este no es otro que Tales, el primer editor de la Ilíada y la Odisea, nos sugiere en la primera página, que en torno a la guerra entre Mileto y Lidia, iniciada en el año 613 a. C., va promoviendo esas lecturas homéricas en ciudades como Quíos, Esmirna y Colofón. Luego, al acabar la contienda once años más tarde, en la Ilíada se incorpora el escudo de Aquiles como homenaje a la paz y la Odisea goza de un nuevo final, también de carácter pacífico. Una obra en marcha, en definitiva, según la realidad sociopolítica: «La narración heroica y aventurera adquirió un aspecto costumbrista y educativo, adecuado para ser motivo de canto para todo un país» (pág. 54). Así lo explica el autor, para quien la autoría de Tales resulta evidente tras analizar un panfleto, divulgado en su día por los homéridas, donde él mismo reconocía haber escrito la obra.

Tales sería un poeta fingidor, por decirlo al modo pessoano, sobre el que es posible rastrear referencias autobiográficas en la Odisea. Ahí está el juego y... ¿por qué no la verdad?


Publicado en La Razón, 8-III-2012