sábado, 3 de marzo de 2012

Ángel o demonio

He aquí uno de esos personajes de la historia cuyos excesos tienen ya una pátina de peripecia cómica y trasfondo novelesco. Un caso perfecto para ser trasladado al campo literario, teatral o fílmico –ha habido una serie televisiva y diez películas sobre su vida, como apunta el traductor David Cauquil–, y que tuvo una gran impronta en la literatura gala de su época. Eugène-François Vidocq inspiró a su amigo Balzac el personaje Vautrin («el apodo de juventud de Vidocq, que significa en argot “jabalí”», señala Cauquil) en cinco novelas, y a Victor Hugo los protagonistas de «Los miserables»: Jean Valjean y el inspector Javert.

Hemos dicho bien: un mismo individuo nutrió el carácter de dos personajes contrapuestos, uno presidario y otro jefe de policía. Porque Vidocq también fue esos dos caracteres, primero un buscavidas, un rebelde temerario, un ladrón, un homicida, y luego, como si diera la vuelta por completo al espejo que reflejaba su existencia delictiva, un defensor de la justicia, un perseguidor audaz e incansable del mal, un policía tan famoso que se hallan concomitancias entre el Vidocq criminólogo y el Auguste Dupin de E. A. Poe o incluso el Sherlock Holmes de A. C. Doyle. Algo razonable de creer, ya que Vidocq acabó siendo un pionero en el ámbito de la criminología, con grandes innovaciones para la identificación de los delincuentes, y fundó la considerada primera agencia de detectives privados de la historia.

«Mis memorias» fueron dictadas a varios «negros» en un periodo en que ya se había retirado como jefe de la Policía de Seguridad y empiezan desde sus orígenes más conflictivos: «Desde la infancia, di muestras de las disposiciones más turbulentas y perversas». Malvado y desafiante, se inicia pronto en la amistad por lo ajeno robando el dinero de la caja de la panadería que regentaba su padre. Es sólo un adolescente y ya quiere embarcarse a América, pero al no conseguirlo se emplea en una casa de fieras ambulante. Luego, se enrola en el regimiento de Borbón; con dieciséis años dice haber tenido quince duelos y haber matado a varios hombres. Reconoce que le apodan el Sinvergüenza, participa en una batalla, deserta del ejército, se pasa al bando austríaco, tiene diez duelos en seis días hasta acabar en el hospital… Cada renglón es una acción, cada párrafo una aventura continua.

Las dos primeras secciones del libro, «En tiempos de la guillotina» y «La revancha» son más atractivas que la última, en donde desgrana su «método» de trabajo: usar a un ladrón para cazar a otro. Vidocq se infiltró en las bandas de criminales de forma tan persistente que se ganó la envidia y el odio de muchos de sus colegas. Fue un empresario exitoso, por ejemplo en un negocio de moda que emprendió, y un seductor de mujeres de toda edad y condición sólo comparable con Casanova. Los tejemanejes que protagonizó y que le llevaron a menudo a prisión, acusado de falsificador o contrabandista, aparecen en paralelo a sus triunfos eróticos diarios y sus problemas con mujeres infieles y mezquinas.

Vidocq escapando con dos sábanas desde una ventana, Vidocq disfrazado de monja, Vidocq profesor de esgrima, Vidocq amado por las cuatro hijas de un notario, Vidocq atraído por las malas compañías... Todo siempre con una única justificación: «Resulta imposible controlar el destino».

Publicado en La Razón, 1-III-2012