jueves, 1 de marzo de 2012

La penumbra y la elusión




Publicada en el año 1986, revisada en el 2007, esta obra suprema de Pietro Citati nos coloca en el mundo kafkiano con una contundencia, una lucidez y una belleza impresionantes. El irlandés John Banville ha dicho que este Kafka «no es una biografía sino una meditación, ha escrito casi la vida de un santo. (…) Citati es un estilista maravilloso»; y otro autor italiano, Giorgio Manganelli, coincide en tal opinión señalando, asimismo, que, «a pesar de las citas y las referencias factuales, el libro de Citati no es ninguna biografía. Y, entonces, ¿qué es? Es literatura».

En efecto, se trata de un estudio que va más allá de la vida y la obra de Kafka; es una investigación de todo el universo kafkiano a través de episodios biográficos concretos, de todos los relatos que concibió. Para conseguir ese tono, el concepto estándar de «biografía» se diluye: no es el emocionante seguimiento del alma del biografiado que practica un Stefan Zweig, ni el análisis de otro florentino como Citati, Roberto Calasso, que en K. (2002) evitó lo biográfico para centrarse en lo semántico, sobre todo en El proceso y El castillo. Es todo eso elevado a lo máximo.

José Ramón Monreal se ha encargado de trasladar impecablemente el estilo de Citati a unas páginas que hechizan y nos sumergen en ese extraño lugar, o no lugar sería mejor decir, en que Kafka pasó su existencia llena de contradicciones y ansiedades. Una personalidad bondadosa, cada vez más introspectiva, entregada a sus cuentos y novelas por las noches, comprometiéndose con varias mujeres y retirándose, amando y temiendo Praga. «Vivía en la penumbra y en la elusión», indica Citati; experimentaba la sensación de irrealidad, y ésta fue la entrada para existir en la literatura, para odiar el ruido y amar el silencio, que fue como amar la muerte. Citati nos lleva a su último suspiro, a su postrera frase enigmática, y en el camino está el Kafka que se sintió tan culpable de vivir, el que cada día más nos deslumbra leer.

Publicado en La Razón, 1-III-2012