jueves, 15 de marzo de 2012

Una baraja literaria



En 1962, un año antes de que se publicara «Rayuela», en la que Cortázar rompía la linealidad del relato proponiendo al lector que eligiera el orden de lectura de los capítulos, apareció en París otra «baraja» literaria. La firmaba un escritor cuya obra crítica sí nos iba a llegar en español pero que, hasta ahora, nos era desconocido: Marc Saporta. En 1960, Raymond Queneau funda el grupo Oulipo a la busca de nuevas estructuras literarias. Saporta no perteneció a él, pero su obra podría adscribirse a esa corriente; en una nota previa, ruega al lector que mezcle las páginas sueltas con las que se va a encontrar; sus personajes tendrán un fin u otro dependiendo del azar.

El libro-caja está prologado por Miguel Ángel Ramos, que habla de cómo esta «ars combinatoria» exige un lector activo. Saporta hace del libro físico una metáfora de la desordenada memoria, y sus personajes, la pintora Dagmar, la pequeña Helga, la hipocondríaca Marianne, son piezas de un collage cuyo título alude a un «cuadro abstracto, negro, sobre el que explotan manchas de colores. El experimento de Saporta interesará sobre todo al aficionado a los poemas en prosa. El lenguaje y el tono obedecen más a este género que a lo narrativo: «El grito de Marianne sierra la noche, cuyos trozos caen como dos leños», se dice en una hoja que, ya perdida entre el resto, uno no sabría volver a localizar.

Publicado en La Razón, 15-III-2012