Tan interesante
como ilegible, Chuck Palahniuk tiene el mérito de mantener la curiosidad de
muchos fans, que aún idolatran su permanente vanguardismo. «Al desnudo» es su
enésima variante de un mismo tema: la perturbación y la imprevisibilidad.
Especialista en sacarle partido a los instintos primarios –la violencia en «El
club de la lucha» o el sexo en «Asfixia»–, Palahniuk abre nuevas vías
narrativas mediante ejercicios de estilo siempre corrosivos, de carácter
fragmentario, que exigen una atención absorbente y la falta de expectativa de
un relato lineal. Combina ráfagas de fértil inspiración –ciertos pasajes de la
agresiva «Diario. Una novela»– con excesos como «Fantasmas», sobre una colonia
de escritores, donde su afán por capturar lo morboso acababa siendo un espejo
caricaturesco.
En este sentido,
creo que «Al desnudo» es su obra más floja, pues apela más al entretenimiento
que a la provocación. Recurre a una estructura teatralizada, desde el primer
capítulo, «Acto 1, escena 1», y dispersa nombres en negrita, como en las
columnas de los periódicos. Todo para recrear el ambiente que rodea a Katherine
Kenton, una actriz en decadencia a cuyo servicio está su asistente, Hazie
Coogan. Ésta lleva el peso de una narración que se va complicando con la
aparición de un tipo que quiere aprovecharse de la vieja gloria. Y ahí es donde
entra la codicia, el crimen, la falta de escrúpulos, es decir, el Palahniuk de
siempre. Pero no es bastante para recomendar su lectura.
Publicado en LaRazón, 26-IV-2012