El Chagall más precioso y
deslumbrante en una mañana fría, cielo gris que se cambia por colores vibrantes
al entrar en el hermoso edificio, en la plaza San Martín, donde se ubica la
Fundación Caja Madrid. Frente a los cuadros, redescubro el simbolismo
animalesco del pintor ruso que ya antes había degustado gracias a las Fábulas ilustradas de La Fontaine, las
sombras de personajes amantes, lo rojo y lo azul en equilibrio, el romanticismo
de los seres que se abrazan onduladamente, los ojos con forma de peces. En El hijo pródigo, la paloma es roja, como
la libertad de la pasión, y los enamorados, unidos, son como espíritus que se
proyectan encima de lo tangible. Qué maravilla Desnudo malva, con ese payaso con cabra verde, o los amantes
acostados que miran hacia el mismo lado en Florero
delante de la ventana. Impresionante el Boceto
definitivo para el techo de la Ópera Garnier, el mejor homenaje de la
pintura a la música que recuerdo. Y más y más obras bellísimas, puras, verdaderas:
los guaches sobre el mundo del circo, los aguafuertes para libros como Daphnis y Chloe, Et sur la terre (1977) de Malraux o Las mil y una noches. Poesía y ternura y espiritualidad y ardor.