Luis
Fernando Moreno Claros, el gran especialista en la familia Schopenhauer
–cabe recordar ahora que se ocupó de traducir una novela de la madre del
filósofo, «La nieve» (editorial Periférica, 2007)–, ofrece textos inéditos de
máximo interés biográfico sobre el autor de «El mundo como voluntad y
representación». Se trata de dos diarios de viaje que el adolescente Arthur
llevó a cabo en sendos viajes con sus padres en los años 1800 y 1803-1804. El
primero lo escribió durante los meses de verano en el balneario bohemio de
Carlsbad, y abarca sus impresiones de diversos lugares de Centroeuropa, como
Hamburgo y Praga. El segundo, espejo nada menos que de un año y medio de viaje,
recorre Inglaterra, Francia, Holanda y Suiza.
Más allá de comprobar la precocidad y disciplina de un muchacho políglota y
educado en los refinamientos de la cultura que anota sus observaciones de
paisajes, museos u obras teatrales a las que asiste, el libro interesa por ver
un gran contraste que ya destaca Moreno Claros en la introducción. Esto es,
cómo es posible que un chico de alta alcurnia como fue él, que tuvo el enorme
privilegio de conocer el continente y proyectar una vida de parabienes,
desarrollara un pesimismo filosófico tan extremo. La respuesta se fraguó en los
genes: el padre, depresivo y cuya muerte libró al joven de seguir sus pasos
como comerciante –un suicidio poco después de volver a casa–, le dio todo a su
hijo, menos la capacidad de ser feliz.
Publicado
en La Razón, 19-IV-2012