jueves, 14 de junio de 2012

Por qué dejar de escribir

He aquí una obra que es por sí sola un interrogante; por su brevedad e intensidad, se hizo legendaria y todavía provoca todo tipo de elucubraciones entre los críticos; a ello se ha enfrentado Reina Roffé por medio de una biografía difícil de abordar, pues no en vano, como dice Blas Matamoro en el prólogo, se trata de «alguien que estuvo ausente de su vida», un Juan Rulfo que se borró mediante el alcohol y que diseminó mentiras sobre su vida por doquier. «El llano en llamas» (1953) y  «Pedro Páramo» (1955): dos obras maestras, fantásticas por su tono, fantasmales por su trasfondo, y se acabó. Rulfo dejó de publicar, pero no de escribir, pues a la  pregunta sobre si tenía algo entre manos, se refirió a la redacción de una novela que dio en llamar «La cordillera» (alcanzó 200 páginas, pero decidió destruirla).

¿La razón de abandonar la literatura? Rulfo dio sus explicaciones: sentía que esta última novela estaba desfasada a tenor de lo que se escribía en el México contemporáneo, o no le satisfacía el resultado, o como dijo en una entrevista en 1981, tenía otros deberes más prosaicos que cumplir: «La culpa no la tiene nadie. Se trata de esta, tan generalizada y simple, necesidad económica de mantener una familia». Su empleo como jefe de publicaciones del Instituto Nacional Indigenista –ocupó este cargo 23 años–, más su dedicación al cine y a la foto, no le facilitaba tiempo libre para escribir.

Roffé, con aguda psicología y muy bien amparada por las voces que trataron a Rulfo durante décadas, lanza su teoría al respecto: «Existía en Rulfo una pelea interna entre el impulso de continuar creando (deseo latente y poderoso que quería manifestarse en la palabra escrita) y las oscuras inhibiciones, censuras o imposibilidades que parecían ahogar ese impulso» (pág. 226). Su  autoexigencia, tras un éxito tan apabullante ya desde 1949, cuando colaboraba en revistas, podría ser pretexto suficiente para no embarcarse en la tarea de volver a asombrar al mundo, ya que era casi imposible superarse. Así, vamos rastreando las inseguridades de este hombre «cordial y caballeroso», «tímido y triste», que contrastan con un talento para narrar prodigioso. El resultado es la biografía de un escritor que, según su amigo Augusto Monterroso, convirtió en «un gesto heroico» el hecho de dejar de escribir.
 
Publicado en La Razón, 7-VI-2012