He aquí una obra que es por sí sola un
interrogante; por su brevedad e intensidad, se hizo legendaria y todavía
provoca todo tipo de elucubraciones entre los críticos; a ello se ha enfrentado
Reina Roffé por medio de una biografía difícil de abordar, pues no en vano,
como dice Blas Matamoro en el prólogo, se trata de «alguien que estuvo ausente
de su vida», un Juan Rulfo que se borró mediante el alcohol y que diseminó
mentiras sobre su vida por doquier. «El llano en llamas» (1953) y «Pedro
Páramo» (1955): dos obras maestras, fantásticas por su tono, fantasmales por su
trasfondo, y se acabó. Rulfo dejó de publicar, pero no de escribir, pues a
la pregunta sobre si tenía algo entre manos, se refirió a la redacción de
una novela que dio en llamar «La cordillera» (alcanzó 200 páginas, pero decidió
destruirla).
¿La razón de abandonar la literatura? Rulfo
dio sus explicaciones: sentía que esta última novela estaba desfasada a tenor
de lo que se escribía en el México contemporáneo, o no le satisfacía el
resultado, o como dijo en una entrevista en 1981, tenía otros deberes más
prosaicos que cumplir: «La culpa no la tiene nadie. Se trata de esta, tan
generalizada y simple, necesidad económica de mantener una familia». Su empleo
como jefe de publicaciones del Instituto Nacional Indigenista –ocupó este cargo
23 años–, más su dedicación al cine y a la foto, no le facilitaba tiempo libre
para escribir.
Roffé, con aguda psicología y muy bien
amparada por las voces que trataron a Rulfo durante décadas, lanza su teoría al
respecto: «Existía en Rulfo una pelea interna entre el impulso de continuar
creando (deseo latente y poderoso que quería manifestarse en la palabra
escrita) y las oscuras inhibiciones, censuras o imposibilidades que parecían
ahogar ese impulso» (pág. 226). Su autoexigencia, tras un éxito tan
apabullante ya desde 1949, cuando colaboraba en revistas, podría ser pretexto
suficiente para no embarcarse en la tarea de volver a asombrar al mundo, ya que
era casi imposible superarse. Así, vamos rastreando las inseguridades de este
hombre «cordial y caballeroso», «tímido y triste», que contrastan con un
talento para narrar prodigioso. El resultado es la biografía de un escritor
que, según su amigo Augusto Monterroso, convirtió en «un gesto heroico» el
hecho de dejar de escribir.
Publicado en La Razón, 7-VI-2012