viernes, 21 de septiembre de 2012

El retiro del agente secreto



Escrita en los años 1987-1988 y publicada en español poco después con el título “Las mujeres de Yoel”, se reedita esta novela de Amos Oz con la traducción del hebreo de Raquel García Lozano. Era el décimo libro de narrativa de este autor tan célebre por sus novelas como por su compromiso en torno al conflicto Israel-Palestina. Y es que, en su caso, literatura y política siempre van de la mano: miembro de un partido socialdemócrata pacifista y fundador en los años setenta del movimiento “Paz Ahora”, conoció asimismo la lucha armada en la Guerra de los Seis Días y en la Guerra de Yom Kipur.

Este perfil biográfico y su sensibilidad poética ha hecho de Oz un gran intérprete de una de las realidades más complejas y ricas de la historia; no en vano, como dijo Simon Sebag Montefiore en su monumental «Jerusalén. La biografía» (2011), la ciudad «es la morada de un Dios, la capital de dos pueblos, el templo de tres religiones, y la única ciudad del mundo que existe dos veces, en el cielo y en la tierra». En ella Oz cursó sus estudios universitarios y empezó a publicar sus primeros cuentos. En ella, ha dicho el autor de «No digas noche», se halla una fuente inagotable de inspiración.

«Conocer a una mujer» es el atractivo embrión de una buena historia que, a mi juicio, Oz no acaba de transmitir bien. Coloca a su protagonista, el ex empleado público Yoel Raviv, agente del Mossad –la agencia de inteligencia israelí que trabaja en asuntos de terrorismo y espionaje– en un contexto doméstico y descriptivo –también simbólico– que vuelve tediosos ciertos pasajes en los cuales la extrañeza de lo que se explica es demasiado acuciante: el fallecimiento de su mujer por culpa de un tendido eléctrico, la epilepsia de su hija Netta o su relación con su suegra y su madre (viven todos juntos tras enviudar).

Todo tiene un clima opresivo, deprimente: Yoel acaba sus días durmiéndose frente al televisor, aparecen flashes con inquietantes conversaciones con su esposa y, sobre todo, padece las secuelas de su profesión: la muerte de un colega en Bangkok, que aún lo persigue. Será su jefe, un tipo sin escrúpulos, quien lo obligue a vivir y revivir sus misiones, las cuales carecen según él de todo trasfondo aventurero: es un simple comprador de información, un espía de la psicología ajena. Pero eso mismo constituirá su perdición.

Publicado en La Razón, 20-IX-2012