jueves, 18 de octubre de 2012

La violencia, en el punto de mira


Estamos en el mundo más pacífico de todos los tiempos. ¿Alguien lo duda? Incluso el siglo XX no fue especialmente violento en comparación con otros muchos periodos. ¿Alguna objeción al respecto? Bien, se supone que todas –acompañadas de ademanes de sorpresa y cuasi indignación–, pues cómo decir tal cosa después de que haya aún personas que recuerdan el Holocausto, el Gulag, la Segunda Guerra Mundial, las innúmeras guerras civiles africanas, etc. Pero así lo afirma el psicólogo Steven Pinker, que ya supo cuál es “El instinto del lenguaje” (1994) y “Cómo funciona la mente” (1997), por decirlo con dos de sus títulos más ambiciosos, y que ahora sabe y comparte lo que nos diferencia de nuestros antepasados: un afán por alcanzar la paz de modo duradero y democrático como nunca se ha visto.

El científico canadiense se cuestiona por qué nosotros no nos recreamos “en atroces tormentos aplicados a otros seres vivos”, como en aquellos casos que irá exponiendo a lo largo de este impresionante mosaico de depravaciones humanas en los cuatro confines del planeta desde la era prehistórica. La violencia más extrema y cruel ha caracterizado a la raza humana desde su aparición, así que «en vez de preguntar: “¿Por qué están en guerra?”, deberíamos preguntarnos: “¿Por qué hay paz?”». Hacia la resolución de esa propuesta nos dirigiremos de la mano de un Pinker que consigue convertir un montón de estadísticas y datos históricos en un ensayo escrito de forma sobresaliente, incluso con gotas de humor pese a la escabrosidad de muchos de los asuntos que trata, que se lee con interés constante pese a su tremenda extensión y que, sobre todo, rompe esquemas prefijados y nos hace descubrir la verdad de muchos horrores.

Para demostrar “el declive de la violencia y sus implicaciones”, como reza el subtítulo, Pinker analiza acciones y emociones, poniendo en primer plano antiguos hábitos sociales, militares y judiciales, dando cuenta de cómo ciertas brutalidades –torturas, matanzas supersticiosas, genocidios étnicos o religiosos, sadismos, esclavitud– eran constitutivas de la psicología del hombre en función de la época y el lugar. El punto de inflexión sería lo que da en llamar “la revolución humanitaria”, asentada en la súbita importancia del autocontrol y la empatía y en donde tiene una función vital la expansión de la cultura, aun algo tan discreto como la costumbre de leer novelas, iniciada en el siglo XVIII, lo cual fue “el invernadero de nuevas ideas sobre los valores morales y el orden social”. Es en el Siglo de las Luces cuando este “humanismo ilustrado” cuaja para plantear que la violencia cotidiana es indigna y se empiezan a abolir prácticas públicas milenarias de dañar y ensañarse en el daño, muchas de ellas tan metidas en el tejido social que eran entretenimientos callejeros, con el increíble amparo de la legalidad y el consentimiento de reyes y eclesiásticos.

Desde el año 8000 a. C. hasta 1970; de 1970 hasta hoy. Tales serían las dos descompensadas partes en que Pinker divide la presencia de la violencia entre los humanos. No en vano, “creo que muchos también se sorprenderán al enterarse de que, de las veintiuna peores cosas que los individuos se han hecho unos a otros (de las que tengamos constancia), catorce tuvieron lugar antes del siglo XX”, dice en el significativo capítulo “La larga paz”. En un gráfico, en efecto, vemos cómo las conquistas de los mongoles en el siglo XIII o la rebelión y la guerra civil de An Lushan (ocho años de la dinastía Tang) en el VIII son muy superiores en muertos a las atrocidades recientes, más si cabe cuando la población mundial era mucho menor, con lo que la incidencia de la mortandad, en proporción, resultaba más impactante.

La larga paz aludida se prolonga durante la segunda mitad de siglo XX, excepto los años sesenta y setenta, cuando hubo un repunte de la violencia, y llega hasta ahora, salvo en numerosos países musulmanes “que parecen haberse perdido la revolución humanitaria”, por culpa de “la superstición religiosa” y “una hiperdesarrollada cultura del honor”. De hecho, al principio Pinker, cuando habla de que la violencia tiene tres causas: el beneficio, la seguridad y la gloria, demuestra que “el móvil más citado para la guerra es la venganza”. Somos una especie vengativa, ¿alguien puede dudarlo?, pero el ángel que llevamos dentro ha hecho de “la prudencia, la razón, la ecuanimidad, el autocontrol, las normas, los tabúes y las concepciones sobre los derechos humanos” nuestra hoja de ruta pacífica.

Publicado en La Razón, 18-X-2012