jueves, 1 de noviembre de 2012

A solas en un ring


El tumultuoso e incontrolable Norman Mailer de sus novelas, de sus intervenciones públicas tan llamativas surge aquí también, en un escenario que podría tender más a la reflexión sosegada pero que es pura adrenalina. Narcisismo y vanidad se conjugan en un prefacio donde el de Nueva Jersey supone que su libro de ensayos será útil para “escritores dedicados y a la que gente que desea escribir, a los estudiantes, a los críticos, a los hombres y mujeres a los que les encanta leer”, y añade, además, que será adecuado para los novelistas jóvenes. La prepotencia es considerable, pero al final la sinceridad y la pasión de Mailer nos conquista y le damos la razón: Un arte espectral reúne textos dispersos, debidamente rescritos o preparados expresamente para esta edición aparecida en el 2003, y de despertar el interés de un gran abanico de público.

Mailer analiza el solitario oficio de escribir y revisa toda su trayectoria: las circunstancias en las que nacieron sus obras, su relación con otros medios –el cine, la televisión y el periodismo– o sus lecturas: unos pocos clásicos estadounidenses (Twain, Faulkner, Hemingway, Thomas Wolfe) y algunos libros de contemporáneos como Capote, Burroughs y Bellow, más Tolstói, su primera gran influencia mientras escribía Los desnudos y los muertos, su prematuro best-seller.

El libro, magníficamente estructurado, facilita ese recorrido biobliográfico en primera persona: se aportan viejas entrevistas que sirven para recoger sus más precoces pensamientos pasados por el tapiz de la madurez. Pero, más allá de las interesantes ideas que Mailer nos proporciona sobre asuntos que atañen a la psicología, la filosofía y las técnicas de todo escritor enfrentado al “negocio editorial”, Un arte espectral servirá al lector para entender –si es de mi misma opinión– cómo ninguna de sus novelas acaba por ser redonda: todas sufren de precipitaciones, de falta de contención y elipsis; todas reflejan el ánimo convulso del autor y su mecanismo narrativo flaquea en algún momento dado.

Los desnudos y los muertos “estaba escrito con descuido” y “no era un logro literario”; Costa bárbara se desarrolló “con gran temor, con terror literal”; El parque de los ciervos avanzó con un gran estrés, extenuación e ingesta de pastillas. Los hombres duros no bailan fue hecha en sesenta días, apurado por un contrato editorial que debía cumplir… Siempre con prisas y pendiente del dinero –“Lo que duele no es mi ego, es mi maldito bolsillo–, dice sobre recibir reseñas negativas), mal humor, miedo a bloquearse frente a la página en blanco, Mailer siente que la escritura es algo “espectral” donde acuden los fantasmas del creador, que de repente es un púgil que está solo en el ring.

Publicado en la revista Clarín 
(núm. 101, septiembre-octubre 2012)