El tumultuoso e incontrolable Norman Mailer de sus
novelas, de sus intervenciones públicas tan llamativas surge aquí también, en
un escenario que podría tender más a la reflexión sosegada pero que es pura adrenalina.
Narcisismo y vanidad se conjugan en un prefacio donde el de Nueva Jersey supone
que su libro de ensayos será útil para “escritores dedicados y a la que gente
que desea escribir, a los estudiantes, a los críticos, a los hombres y mujeres
a los que les encanta leer”, y añade, además, que será adecuado para los
novelistas jóvenes. La prepotencia es considerable, pero al final la sinceridad
y la pasión de Mailer nos conquista y le damos la razón: Un arte espectral reúne textos dispersos, debidamente rescritos o preparados
expresamente para esta edición aparecida en el 2003, y de despertar el interés
de un gran abanico de público.
Mailer analiza el solitario oficio de escribir y revisa
toda su trayectoria: las circunstancias en las que nacieron sus obras, su
relación con otros medios –el cine, la televisión y el periodismo– o sus
lecturas: unos pocos clásicos estadounidenses (Twain, Faulkner, Hemingway, Thomas
Wolfe) y algunos libros de contemporáneos como Capote, Burroughs y Bellow, más
Tolstói, su primera gran influencia mientras escribía Los desnudos y los muertos, su prematuro best-seller.
El libro, magníficamente estructurado, facilita ese
recorrido biobliográfico en primera persona: se aportan viejas entrevistas que
sirven para recoger sus más precoces pensamientos pasados por el tapiz de la
madurez. Pero, más allá de las interesantes ideas que Mailer nos proporciona
sobre asuntos que atañen a la psicología, la filosofía y las técnicas de todo
escritor enfrentado al “negocio editorial”, Un
arte espectral servirá al lector para entender –si es de mi misma opinión–
cómo ninguna de sus novelas acaba por ser redonda: todas sufren de
precipitaciones, de falta de contención y elipsis; todas reflejan el ánimo
convulso del autor y su mecanismo narrativo flaquea en algún momento dado.
Los desnudos y los
muertos “estaba escrito con descuido” y “no era
un logro literario”; Costa bárbara se
desarrolló “con gran temor, con terror literal”; El parque de los ciervos avanzó con un gran estrés, extenuación e
ingesta de pastillas. Los hombres duros
no bailan fue hecha en sesenta días, apurado por un contrato editorial que
debía cumplir… Siempre con prisas y pendiente del dinero –“Lo que duele no es
mi ego, es mi maldito bolsillo–, dice sobre recibir reseñas negativas), mal
humor, miedo a bloquearse frente a la página en blanco, Mailer siente que la
escritura es algo “espectral” donde acuden los fantasmas del creador, que de
repente es un púgil que está solo en el ring.