jueves, 29 de noviembre de 2012

¿Quiénes cambiaron el mundo?


En el tiempo en que un clic nos proporciona información ingente de todo lo que queramos saber en una especie de “fast food” informativa, Simon Sebag Montefiore ha cocinado un libro enciclopédico y biográfico, hecho a fuego lento con ayuda de cuatro pinches y presentado a modo de tapas: textos de unas tres páginas que nos brindan la posibilidad de degustar lo más granado de la historia. No a partir de acontecimientos sino de aquellos “seres individuales que han cambiado, de un modo u otro, el curso de los acontecimientos del mundo”. Así se expresa el autor en el conciso prólogo para justificar que en un mismo volumen haya reyes, soldados, políticos y artistas.

Montefiore amplía y complementa dos títulos suyos anteriores publicados en Inglaterra, Heroes y Monsters, eligiendo unas doscientas biografías, desde Ramsés II, “el más magnífico de los faraones egipcios” (siglo XIV a. C.) hasta “el fanático” Osama Bin Laden, aunque el libro también va firmado por los historiadores John Bew, Martyn Frampton, Dan Jones y Claudia Renton. Entre los cinco, han conseguido un tono y un criterio homogéneos a la hora de abordar la trayectoria de los señalados como titanes de la historia; una elección que muestra mucha lógica y algunas extrañezas.

Y es que la premisa consignada se adecúa a muchos de estos personajes: a los reyes, emperadores, guerreros y conquistadores, pues desde la geopolítica cambiaron literalmente el planeta y el destino de civilizaciones enteras: antes de Jesucristo, por ejemplo, Ciro el Grande, rey de Persia, Alejandro Magno, que “dilató los límites de lo posible”, Qin Shi Huangdi, creador del primer imperio chino unificado, el general Aníbal o “el aventurero sexual” Julio César; y en nuestra era, Calígula, Nerón o Cómodo dentro del Imperio romano, Atila el Huno, Carlomagno o Basilio II, emperador de Bizancio, “a medio camino entre el héroe y el monstruo”.

De hecho, esa doble vertiente caracteriza a la mayoría de estos líderes. Por eso Montefiore confiesa que tuvo la tentación de dividirlos “en buenos y malos”, aunque enseguida entendió que era un propósito inútil, pues “el genio político y artístico aun de los más admirables de todos ellos exige ambición, insensibilidad, egocentrismo, crueldad y hasta locura en igual medida que decoro y coraje”. Otros ejemplos de los siguientes quinientos años serían Hassan as-Sabbah, “un precursor del terrorismo yihadista moderno”, Saladino, “ideal de rey guerrero”, Gengis Kan, que perpetró “un reinado de terror y matanzas masivas”, Tamerlán, que dominó un territorio que iba de la India hasta Rusia y el Mediterráneo, el otomano Solimán el Magnífico o el ruso Iván el Terrible.

Las monarquías tienen una presencia capital, sobre todo las inglesas, así como las personalidades francesas del periodo ilustrado. Hay unos pocos científicos: Galileo, Newton, Darwin, Pasteur y Einstein; filósofos antiguos como Platón, Aristóteles o Cicerón; mujeres carismáticas como Cleopatra –“Lo más seguro es que no fuese hermosa”–, Juana de Arco o San Suu Kyi; fundadores de religiones y papas; viajeros y navegantes, psicópatas y asesinos, prostitutas con ansias de poder –el caso de Marozia (s. IX) es tremendo– y el clásico caudal de dictadores de la última centuria.

El menú de ilustres en torno al campo del poder configuraría un tomo coherente, pero Montefiore acoge a unos cuantos artistas que, por muy importantes que sean, no “cambiaron” nuestro mundo. Con excepciones, claro está, pues en efecto Shakespeare, Tolstói y Dickens influyeron en la sociedad y en el modo de entender la cultura. Por eso mismo resulta escandalosa la ausencia de Dante, Cervantes y Montaigne, y sobran muchos literatos del resto que se proponen. No encontrarán a Bach, pero sí a Elvis Presley; a Toulouse-Lautrec y Picasso y a ningún otro pintor más. Pero ya lo decía Azorín: la historia es una ciencia plenamente subjetiva.

Publicado en La Razón, 29-XI-2012