jueves, 27 de diciembre de 2012

Entrevista capotiana a David Monteagudo


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de David Monteagudo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Tendría que ser un pueblo no muy pequeño, con caminos por los alrededores, rodeado de campos y montañas, con el mar al fondo, con buenas bibliotecas, muchas salas de cine, algún teatro, ah, y sin fútbol ni lotería de navidad.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Soy humanista por definición. Creo en la grandeza del ser humano, hasta del más miserable. Las supuestas virtudes que se atribuyen a algunos animales no son –en mi opinión– más que proyecciones de los propios conflictos y aspiraciones de las personas. Los animales no son ni mejores ni peores que nosotros, sino diferentes. Están en otra dimensión, y por más que nos acerquemos a ellos y los domestiquemos y humanicemos, siempre habrá una última barrera, una membrana delgadísima pero infranqueable, que no podremos romper. Eso es lo que pienso yo, que nunca he tenido animales domésticos.
¿Es usted cruel?
Sí, muy cruel. Me obsesiono y reconcomo durante meses pensando en las terribles venganzas, en los castigos refinados que infringiré a quienes me han ofendido. Al final me llevo un buen sofocón, el malo en cuestión ni se entera, e incluso –a pesar de lo rencoroso que soy–, el cabreo se me acaba pasando al cabo de los años.
¿Tiene muchos amigos?
Touché. Muy pocos, por no decir ninguno. Los pocos que tengo viven muy lejos, o hace años que no los veo, y supongo que eso está indicando algo no muy halagüeño.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean inteligentes, que sean indulgentes, y que pueda aprender cosas de ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Un amigo de verdad no te decepciona, en todo caso puede hacer, en un determinado momento, cosas que le perjudiquen, o que tú no harías. Lo que pasa es que no es igual que tú, y ahí está la gracia.
¿Es usted una persona sincera?
Creo que sí, aunque siempre hay, y debe haber, algo que se quede “en casa”. Por otra parte, supongo que para ser completamente sincero, tendría que conocerse uno completamente a sí mismo. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, haciendo deporte, tomando una cañita en la terraza de un bar.
¿Qué le da más miedo?
No soy pusilánime, no me da miedo la vida (en todo caso me preocupa), no temo por mis seres queridos, porque soy esencialmente optimista. Miedo miedo, lo que se dice miedo, me queda el miedo irracional, atávico, el de cuando era niño. La cosa, evidentemente, se ha mitigado con los años, pero dormir solo en una casa grande sería para mí un problema. Tal vez por eso tengo una familia, con la que vivo en un piso muy pequeño.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Escándalo es una palabra que no me va. Indignación ya me pega un poco más, pero soy muy comprensivo con las debilidades ajenas, muy relativista y, en fin, “el que esté libre de pecado”, aunque sea a pequeña escala, que tire la primera piedra.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Algún trabajo artesanal, muy perfeccionista y bien valorado, como construir violines o restaurar motos antiguas. De hecho, durante unos años construí prototipos de muebles, o piezas únicas, para un conocido decorador de Barcelona. Llegué a ser un “artista”, sobre todo con el hierro y los metales.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí. De joven había practicado el atletismo y ahora, después de décadas de parón, he vuelto a correr. Cada domingo corro 21 kilómetros, de un tirón, y entre semana salgo un día más y hago 12 kilómetros. Entreno siempre solo, a mi ritmo, sin relojes ni cronómetros. Corro una o dos carreras al año, las que se hacen en Vilafranca, donde vivo. Recientemente he corrido, en competición, los 10 kilómetros en 40 minutos y 13 segundos, y la media maratón (21 kilómetros) en una hora y 33 minutos.
¿Sabe cocinar?
En casa cocino casi siempre yo, y más últimamente, que no trabajo fuera. Pero además me gusta cocinar, me relaja, y mis guisos tienen buena fama entre mis allegados. Creo que hacer una buena comida tiene algo de obra de arte, y es un acto de amor hacia tu familia o tus invitados.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Probablemente a Edgar Allan Poe. Fusilaría el prólogo de Cortázar a su excelente traducción de los cuentos completos de Poe al castellano. No creo que los del Reader’s Digest se dieran cuenta.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hombre.
¿Y la más peligrosa?
Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Durante unos segundos, sí. Por eso nunca hay que llevar armas.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
De izquierdas, pero sin dogmatismos, y sin pretender salvar a la humanidad, sino ayudando y facilitando la vida a las personas reales de nuestro entorno, sean quien sean y vengan de donde vengan. Creo que hay personas de izquierdas en el PP, y de derechas en Izquierda Unida. Ser de izquierdas, en definitiva, es anteponer el bien de la sociedad, de la comunidad, a los propios intereses personales, de grupo, o de partido. Creo que no hay vuelta atrás, que no se puede volver a la utopía rural, y por lo tanto son necesarios los gestores de la cosa pública. 
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Yo mismo, pero mujer.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La tendencia a responsabilizarme de todo (tiene un matiz muy negativo, de pensar que los demás son tontos o no lo saben hacer bien); la tendencia a ser “maruja”, a no poder estar ni un segundo sin hacer nada, por banal que sea; el estar pensando ahora en lo que voy a hacer después. Hasta aquí la herencia materna, ahora pasemos a la paterna: misantropía, tendencia a no comunicarse, onanismo.
¿Y sus virtudes?
Fidelidad, tenacidad, sentido del humor, imaginación.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un flotador, mis hijos, mi mujer…
T. M.