miércoles, 17 de abril de 2013

Las tres hermanas


Con la excusa de la concesión del Premio Nacional de Narrativa a Clara Usón, recupero esta crítica de su novela Perseguidoras (Alfaguara, 2007), que en enero del 2008 publiqué en la revista Mercurio.

Un buen día, Clara Usón (Barcelona, 1961) hizo un viaje en el tiempo y el espacio y visitó a Anton Chéjov, y desde entonces, el escritor ruso –su presencia obsesiva– no la abandona. Primero la visita consistió en la atenta lectura de sus cuentos y dramas; más tarde, en el estudio de sus biografías; y por último, en la escritura de un libro fenomenal que tituló El viaje de las palabras (Plaza & Janés, 2005) y que estaba inspirado en la vida que llevó Chéjov en su finca de Melijovo. En la novela, como en un sueño, por la necesidad de estar acompañada en el delicado momento de esperar que le practicaran un aborto, Lucía, la protagonista, se veía apareciendo en el año 1892, conociendo a su autor preferido en persona e involucrándose en la cotidianidad doméstica de toda la familia, en un intento vano por avanzarse a lo que sus miembros iban a hacer para así evitar acciones, a su parecer erróneas, en aquel remoto lugar.

Perseguidoras no sigue semejante camino fantástico, aunque sí acude Chéjov a sus páginas de forma simbólica, en medio de la vida de la abogada y actriz fracasada Ana Manera: en un momento dado, ésta alude a una función amateur en la que participó de Las tres hermanas, que a su vez sirve de alegoría de la novela, pues son Ana y sus hermanas, la drogadicta y bella Alicia –madre del niño de seis años Diego–, y la esquizofrénica Maite, las que, como en la pieza de Chéjov, persiguen un rumbo que va directo al caos, pues se engañan a sí mismas pensando que esa huida hacia delante va a sacarlas del atolladero. De hecho, el texto es coherente de principio a fin además de con el epígrafe, una frase de Vila-Matas tan simple como verdadera a diario –“Entonces lo mejor que podemos hacer es seguir adelante aunque no entendamos nada”–, con el resto de relatos de Usón: Noches de San Juan y Primer vuelo.

Si en esta primera novela, la ingenua y torpe Juani tendía a soñar despierta tratando de olvidar su anodina existencia, y en la segunda, la asesora fiscal Laura, otra mujer acomplejada y solitaria, se evadía de sus problemas recordando un verano de la infancia, ahora es Ana la que expresa sueños incumplidos y soporta la presión de su madre, que la quiere siempre disponible para los demás. Abogada de último escalafón dentro de un prestigioso bufete en el que entró con un currículum mentiroso, esta treintañera sin príncipe azul, sin vocación verdadera, sin atractivo intelectual, que da palos de ciego y que tiene una foto de Chéjov en su mesa de trabajo –es decir, casi un arquetipo ya de las novelas de Usón–, tendrá que hacer frente a varios conflictos, y, en un enredo tragicómico, apagar los fuegos que los demás prenden mientras, además, pone en juego su propio empleo e hipoteca su vida privada.

La trama de la novela parte de la muerte de Viladrau, un cliente del bufete de abogados, en un burdel de alto standing. Una misteriosa llamada de teléfono despierta a Ana de madrugada informándole del suceso, y ésta se ve obligada a avisar a un colega para acudir al lugar de los hechos; una vez allí, descubre a Alicia, escondida, y entonces surge todo tipo de preguntas sobre la presencia de la cocainómana: ¿es una asesina o el cliente falleció por causas naturales, acaso por consumir drogas? El cebo ha surtido efecto, y no sólo leemos Perseguidoras para conocer el enigma, sino para ver cómo la muerte de un desconocido hace que, como en los dramas de Eugene O’Neill, las piezas de ese dominó implacable, la familia, se empujen unas a otras hasta caer todas juntas y revueltas.