Leopoldo Panero, poeta natural de Astorga, muerto en 1962, hermano del también poeta Juan Panero –muerto en 1937 a los veintinueve años– y patriarca de todo un clan literario: los poetas Juan Luis Panero y Leopoldo María Panero, este ingresado en un centro psiquiátrico desde hace muchos años, y el intelectual Michi Panero, desaparecido en el año 2004. He aquí diferentes generaciones poéticas, unidas por la sangre y representativas del franquismo, de la Transición y de la época democrática. Una familia de escritores que recorría el siglo XX y en la que se fijó el cineasta Jaime Chávarri en los años setenta, con la pretensión de realizar un documental sobre ellos. El trabajo lo produciría Elías Querejeta, que entendería que los cuarenta minutos que tenía de grabaciones eran poco para el potencial de lo que podía contarse: una historia de una familia en decadencia que en realidad simbolizaba el fin y el principio de toda una época, política, artística, social.
El
cortometraje, así, se convirtió en una película de más de hora y media que, con
el título de “El desencanto” (1976), presentaba a la viuda de Leopoldo Panero,
Felicidad Blanc, y a Leopoldo, Michi y Juan Luis, hablando del gran ausente,
Leopoldo Panero, el poeta de la generación de los años treinta, colega de Luis
Rosales, Felipe Vivanco y Dionisio Ridruejo; una gloria literaria de una España
que estaba cambiando a marchas forzadas y que en su hogar había dejado
posiciones encontradas, enfrentamientos velados, hipocresías y desdenes. La arriesgada
película, que Querejeta pensó que nadie estaría interesado en ver, como
reconoció en una mesa redonda en el Festival de Cine Ciudad de Astorga de 2009,
se convertiría en un trabajo de culto –fue además la última en pasar por la
censura– y en una de las obras de Chávarri más reconocidas. Incluso daría pie
para que, en 1994, se rodase “Después de tantos años”, film protagonizado esta
vez por Leopoldo María Panero y dirigido por Ricardo Franco.
“El
desencanto” fue una verdadera caja de Pandora. Los miembros de la familia, al
abrir sus recuerdos de cara al público, se desnudaban sentimentalmente:
reproches, traiciones, afectos, egocentrismos giraban en torno al gran ausente,
fallecido catorce años antes. Los intríngulis de una familia de genios
literarios, tocados por el desequilibrio psíquico en un caso, por el impacto de
la muerte del padre en todos, incluida la viuda, no eran un material fácil de
manejar para Querejeta y Chávarri. El rodaje duró un año, con interrupciones, y
al comienzo a la crítica no le convenció el resultado. Pero hoy es unánime la
opinión de que se trató de una lección memorable de audacia cinematográfica, de
cómo se podía extraer la más cruda intimidad de unos individuos que se
calificaban a sí mismos de paranoicos, esquizofrénicos, locos; familiares que
habían bregado con lo que significaba estar en un manicomio y la cárcel:
autodestrucción solamente salvada gracias a la palabra escrita. Todo con
imágenes en blanco y negro que, asimismo, tuvieron su correspondiente libro,
también titulado “El desencanto”, publicado, por supuesto, por Ediciones Elías
Querejeta.
Publicado
en La Razón, 10-VI-2013